El caso Nóos ha contribuido a incrementar las deserciones en el bando monárquico, una debilidad que el Rey saliente trata de combatir dando paso al Rey entrante.

Si algo ha quedado claro tras la exhaustiva instrucción, que dura ya de más de dos años y medio, es que Iñaki Urdangarin se prevalió de su proximidad al Rey Juan Carlos para enriquecerse con fondos públicos y privados.

El duque de Palma usó como llave maestra su parentesco con el Rey y su matrimonio con la infanta Cristina para acaparar millones de euros.

Su esposa, a pesar de lo que dictaminó la Audiencia, le acompañó en aquel viaje y mezcló los intereses de la Monarquía con su bienestar particular.

Queda por determinar, si, como preconiza el juez José Castro, doña Cristina también colaboró con su marido en defraudar a Hacienda y en gastarse parte del botín arramblado.

Estos abusos por parte de los duques de Palma han repercutido, para mal, en la imagen que la Familia Real tenía entre muchos españoles.

Al caso Nóos se han unido los malos ejemplos dados por el propio Rey Juan Carlos, en cuestiones como su elevado tren de vida, su distanciamiento de las desventuras provocadas por la crisis y su comportamiento con respecto a la Reina Sofía.

Por otro lado, muchos ciudadanos no vivieron ni el franquismo ni la Transición, que son meros hitos históricos para ellos: batallas del abuelito.

Estas generaciones no ven a la Monarquía como la piedra angular del sistema o un componente esencial de la democracia. Saben que otros países más avanzados tienen repúblicas y les va la mar de bien.

Están también los cada vez más numerosos españoles a la fuerza, que no quieren tener esa nacionalidad y aborrecen al Estado español y a su jefe.

Los nacionalistas nunca han sido monárquicos, pese al buen clima que ha podido haber entre algunos de sus dirigentes y el Rey.

Por último, la crisis ha dado voz a un nuevo segmento social: los que repudian al actual sistema y quieren mejorarlo.

A esas personas no les bastan los simples maquillajes o el cambio del color de la pintura de las habitaciones. Quieren una mayor justicia social, una mejor redistribución de la riqueza y de las cargas y que se vayan los parásitos.

Esta nueva izquierda proclama la salida de las castas políticas del poder y no se recata en reivindicar la república como sistema más racional de gobierno.

Las tempestades son muy grandes y el Rey ha decidido ceder el timón a su hijo.

Felipe VI tendrá, si quiere mantenerse en el trono, que ganarse el aprecio de sus conciudadanos y encabezar una importante reforma del sistema, tanto político como económico.

De lo contrario, las desafecciones seguirán aumentado de forma exponencial.