A sus cuarenta y seis años, el Príncipe Felipe afronta la tarea para la que ha sido preparado concienzudamente todos estos años, la de suceder a su padre en el trono. Será una tarea difícil porque el todavía Rey aún goza de una gran popularidad, aunque mermada por los últimos escándalos que han afectado a su familia y por sus propios errores.

El Príncipe de Asturias, que gobernará como Felipe VI, también ha aprendido a querer esta tierra de la mano de sus progenitores, que también supieron trasmitirle su amor al mar. Las crónicas cuentan que el primer bautizo del príncipe Felipe en aguas de la bahía de Palma se produjo en la Semana Santa de 1972, cuando el joven heredero apenas sumaba cuatro años de edad. Coincidencias del destino, se desarrollaba la cuarta edición del trofeo su Alteza Real Príncesa Sofía de Vela.

Los viejos periodistas de antaño recuerdan cómo, finalizada una de las regatas de esa competición, un rubísimo Felipe acompañado de su hermana Cristina abordaron el velero Fortuna y simularon una navegación que, con el paso de los años, reeditarían una y mil veces por la bahía palmesana que cada mañana divisaban al despertar desde el privilegiado mirador del Palacio de Marivent.

Manuel Nadal de Uhler, que abandonó la carrera militar en la Armada para dedicarse por complemento a su pasión náutica, desde su cargo como director de la escuela de vela de Calanova, asistió en primera fila a la formación marinera del que está llamado a suceder al Rey Juan Carlos. Posteriormente rememoró cómo era el Príncipe: "Era un niño como los demás. Se veía que era participativo, muy observador, inteligente y sabía obedecer".

Kyril y Rosario Nadal

Hablamos de los años en los que se forjan las amistades inquebrantables y el joven Felipe también mostró sus preferencias. Su compañero inseparable desde el principio fue Kyril Rylski Gómez-Acebo, dúo al que se sumó la mallorquina Rosario Nadal.

El director de la escuela de vela recordaba sus bromas propias de la juventud, sus escapadas nocturnas o la querencia del joven heredero por las bolsas de patatas fritas, las aceitunas o los refrescos que, pese a la prohibición expresa de la Reina que, como todas las madres, no quería que su hijo comiera chucherías antes del almuerzo, sorteaba con la connivencia de alguno de sus escoltas.

Una de las imágenes que han quedado grabadas en la hemeroteca de todos los diarios es la de un joven Felipe tocado con la gorra del vicealmirante norteamericano Doyle, que el heredero a la Corona le birló momentáneamente durante su visita al portaaviones Forrestal que estaba anclado en la bahía de Palma en la Semana Santa de 1974. Con seis años recién cumplidos, la imagen del príncipe Felipe con una gorra de plato con el anagrama de la Marina estadounidense dio la vuelta al mundo.

Otras de las amistades que el joven cultivó durante sus veraneos y estancias en Mallorca fueron los hermanos Rodríguez-Toubes, en especial el capitán de navío Juan Carlos que fue su profesor más tarde a bordo del buque escuela de la Armada española Juan Sebastián Elcano durante su periodo de instrucción como guardamarina.

Los periodos estivales albergan los mejores recuerdos que las personas atesoran de su infancia, un mundo alejado de obligaciones y preocupaciones. Así, el Príncipe se olvidaba de su rígida educación en Madrid durante sus acampadas en la Serra, en donde tenía que prepararse su propia comida, o mientras practicaba vela, tenis o judo.

Cuentan que la naturalidad del joven Príncipe cautivó al presidente Adolfo Suárez durante la primera visita oficial que cursó a Mallorca para despachar con el Rey. Una visita que se prolongó durante todo un fin de semana y en la que Don Felipe, junto a sus hermanas las Infantas, ejercieron de cicerones del dirigente.

Su paso por la Academia Militar de Zaragoza, la Escuela Naval de Marín o la Academia del Ejército del Aire de San Javier, junto a la formación que recibió en varias universidades norteamericanas, completaron su educación para ocupar el trono de España.

Los años han ido pasando y, pese a su formación internacional, el paladar del Príncipe siempre ha guardado un buen recuerdo de la gastronomía mallorquina. Pescados y arroces, cocas de verdura, pa amb oli, sobrasada y ensaimada siguen figurando entre sus platos favoritos, a los que no se sustrae durante sus cada vez más espaciadas visitas a la isla.

Su boda con la periodista Letizia Ortiz, enlace que acaba de cumplir su décimo aniversario, unido a su doble paternidad, le ha hurtado tiempo para venir a Mallorca, una isla en la que aprendió de manos de su padre el sentido de la palabra diplomacia.