Para un rey lo de irse es cosa rara: lo normal es que te larguen. Por lo civil o por lo militar. Entre presiones o directamente a gorrazos y pedradas. Desde España o desde fuera. Pero expulsado. La historia, de hecho, convierte la decisión de Juan Carlos de Borbón en casi excepcional: apenas hay dos precedentes en los que un monarca en ejercicio optase voluntariamente por entregar el cetro a su hijo. El resto son renuncias forzadas, exilios o eufemísticas cesiones de poder y de derechos hereditarios. Por eso el historiador y catedrático de la Universitat de les Illes Balears Josep Juan Vidal apunta, casi antes de preguntarle, que lo ocurrido ayer "es un hecho con escasos y lejanos precedentes".

Aunque ayer muchos se apresuraron a citar como el caso más inmediato la marcha de Alfonso XIII, en 1931, tras unas elecciones municipales que quiso leer como plebiscito sobre su figura y la monarquía, los historiadores entienden que ese episodio tiene poco de abdicación voluntaria. Subrayan por ello que su renuncia se vistió, entre la pompa y el eufemismo, de "suspensión del ejercicio del poder real". Tanto se suspendió el poder real que al Rey lo sucedió la Segunda República. Ahora Juan Carlos I se va, pero para dejar paso a su hijo. Nada que ver con 1931 y con la proclamación hoy de una Tercera República, salvo que las muchas voces que ayer se alzaron en favor de que la elección democrática llegue a la jefatura del Estado se muevan rápido y con efectividad, tras unas elecciones en las que los partidos que más han crecido en votos (Podemos, Izquierda Unida, ERC) son abiertamente republicanos.

Para encontrar un rey que cediese la corona a su hijo sin mediar amenazas o coerciones hay que remontarse muchos borbones atrás. Concretamente, al primero de ellos, Felipe V. "Los dos primeros borbones murieron locos. Felipe V estaba mal de salud. Fue el rey que reinó dos veces, una persona torturada que había hecho voto secreto ante su confesor para dejar la corona. Lo hizo en enero de 1724, en favor de Luis I, su hijo, que muere a los ocho meses de viruela. Felipe V vuelve a asumir la corona, también porque había poderes en España que le querían mantener en el trono a cualquier costa", repasa Josep Juan Vidal, especializado en historia moderna. Muchos historiadores documentan además la renuncia de Felipe V como un movimiento político que le permitía aspirar al trono de Francia, solo accesible tras la guerra de Sucesión si dejaba el cetro español (los tratados que pusieron fin a la guerra impedían que ambas naciones compartieran rey).

Más parecido en la voluntariedad al caso de Juan Carlos I es el de Carlos V, de la casa de Austria, que en 1555 abdicó del cetro imperial y de la corona española. Agotado tras un reinado marcado por la guerra (en tiempos en los que el rey iba en persona a la guerra) y castigado por pugnas políticas del calado de la reforma protestante, Carlos V le pasa la corona a su hijo Felipe II, y se retira al monasterio de Yuste para vivir sus últimos tres años.

La historia no se repite

Ninguno de estos episodios, dice Josep Juan Vidal, puede compararse con la decisión del actual Borbón. "Los tiempos son distintos. Sí hay similitudes con las otras monarquías europeas, como la belga, la holandesa o la danesa, que recientemente, y con monarcas de edad similar a la del rey Juan Carlos, han dado el paso de buscar el relevo generacional, un reflejo de que los tiempos han cambiado también para las monarquías", añade Vidal, que explica que, no obstante, en ninguno de esos países se ha abierto un debate sobre la república como el que ayer irrumpió en España tras el anuncio de Juan Carlos I. "Nos encontramos otra vez con la España invertebrada de la que hablaba Ortega, un país con dificultades para ordenar el Estado".

Eso es lo que se encontrará quien, probablemente, ascenderá pronto al trono como Felipe VI. "Su reinado, como los de todos los monarcas entrantes, es una incógnita. Ha elegido el momento, un año antes de las elecciones, pero cuando surgen con fuerza partidos que no son precisamente promonárquicos, como Izquierda Unida, Podemos y otros cuantos", analiza Josep Juan Vidal, que sin pretensiones de augur, advierte de que son muy pocos los monarcas que mueren en el trono.

Es lo que pretendía Juan Carlos I, o eso le dijo a Jesús Hermida en la entrevista del 6 de enero, para ayer asegurar exactamente lo contrario, que hay que dejar paso. Pero la historia suele ser más apasionante que una muerte con corona. Ahí, en la salida abrupta, en la falsa abdicación, entran unos cuantos capítulos de la historia de España, en los que el rey se marcha, pero a regañadientes o directamente a la carrera. Solo cabe hablar de abdicación, aunque no en su hijo, en el caso de Amadeo I. Asciende al trono después de que una revolución se llevase por delante a Isabel II en 1968, pero la España convulsa y violenta que hereda, sumida en el enfrentamiento entre monárquicos, carlistas y republicanos, le lleva a marcharse dos años después, renunciando a la corona para sí y para sus sucesores.

Salidas a la fuerza

No es el caso de Carlos IV, uno de los monarcas más desgraciados de la historia de España, que tuvo que dejar el trono en dos ocasiones. Y en ninguna de ellas lo hizo de forma voluntaria. La primera fue en 1808, tras el motín de Aranjuez, en el que Fernando VII, su hijo, fue proclamado casi por aclamación popular, mientras la plebe pedía la cabeza de su padre. A los tres meses, su hijo le devolvía el trono a Carlos IV, al que le duró poco el poder: dos meses más tarde, el amo de Europa, Napoleón Bonaparte, recibía la corona de sus manos para entregársela a su hermano, José Bonaparte. Cabe por ello, dicen los historiadores, hablar de renuncia, más que de abdicación. En esa categoría engloban también la citada marcha de Alfonso XIII, que además de asistir a su "suspensión del ejercicio de poder real", luego, en el exilio, transmitió sus derechos históricos sobre la corona a su tercer hijo, Juan (antes renunciaron a ellos los príncipes Alfonso y Jaime, obligados por su padre).

Tras ser destronada en 1868, también renunció a sus derechos, desde el exilio parisino, Isabel II, que se los cedió a su hijo Alfonso. El último traspaso de privilegios sucesorios desemboca directamente en la abdicación de ayer: Juan Carlos I heredó el poder del dictador Francisco Franco, asumiendo la corona a la que renunció su padre, Juan de Borbón. La llegada de Juan Carlos I fue además tan excepcional como su abdicación voluntaria de ayer: por primera vez en la historia de España, un monarca no reinante, Juan de Borbón, entregaba el cetro a un monarca ya en ejercicio. El reinado de Juan Carlos I dura así un año menos (39) que el dominio de su predecesor, el dictador Franco, que no tenía corona, pero ha sido uno de los pocos jefes de Estado de la historia reciente que han muerto en el ejercicio del poder.