Los ciudadanos que el pasado diciembre pasaron cuatro días juzgando al expresident del Govern Jaume Matas no se tomaron su rol de jueces a la ligera; más al contrario asistieron con enorme interés a todas las sesiones del juicio, tomaron notas e hicieron preguntas muy oportunas, que se les habían pasado a las partes. Luego deliberaron y fundamentaron con brevedad, pero con contundencia, su veredicto. ¿Se les puede pedir más?

Actuaron en conciencia y llegaron a la conclusión, unánime, de que la relación laboral de María Teresa Areal con la anterior propiedad del hotel Valparaíso había sido simulada y que la cantidad mensual que se le abonaba "no era más que una prebenda o donación a don Jaime Matas".

Lo bueno que tuvo ese jurado fue que era de la tierra y no fue preciso explicarle de qué pie cojeaban Jaume Matas, ni Miquel Ramis, el empresario autor del donativo en forma de salario y que llegó a estar imputado en esa causa, aunque finalmente depuso como testigo.

Es un tópico decir que en Mallorca nos conocemos todos, incluidos magistrados, políticos, periodistas y ciudadanos del común.

Por eso en 2007 ya era notorio que al president del Govern no le llegaba con sus sueldos oficiales para pagar un palacete de varios millones de euros en el casco antiguo de Palma y el alquiler de un pisazo de lujo en Madrid.

Matas, que vivió ese año a caballo entre Palma y Madrid, necesitaba dinero blanco para justificar sus ingresos y gastos. Por eso pidió el favor a su amigo Ramis de que aparentara dar un empleo de relaciones públicas a su esposa.

Areal cobró 42.111 euros netos en 2007, dinero que contribuyó a justificar el elevado tren de vida de la familia Matas-Areal, aficionada a los palacetes, joyas, relojes de lujo y muebles de ensueño, por no mencionar las escobillas de diseño.

No debemos engañarnos y contemplar el trabajo ficticio de Maite Areal, que no consiguió un solo cliente para el hotel, como algo aislado. Sería una tremenda injusticia.