El duque de Palma tenía, hasta el estallido de Nóos, las puertas abiertas en las Administraciones Públicas: a sus pies, le decían los presidentes de las Comunidades Autónomas, como Jaume Matas o Francisco Camps, o las alcaldesas, como Rita Barberá.

¿Cómo negarle algo al yerno del Rey? ¿Cómo decirle al señor Urdangarin vaya usted a un concurso público? Ni que fuera un ciudadano normal. La Administración al servicio del poderoso.

Al duque de Palma le bastó su labia para convencer a un Jaume Matas, que ya le había rendido pleitesía dándole 300.000 euros de comisión por presentarle a un equipo ciclista que nos costó 2o millones de euros.

Como había que guardar las apariencias, se le pidió un presupuesto. Nóos no se complicó la vida: apenas medio folio, con conceptos vagos y etéreos, iguales a la filosofía de la falsa entidad sin ánimo de lucro. ¿A cuánto nos salió cada letra, si por el medio folio se pagó 1,2 millones de euros?

Cuanto más generalidades, cuanto menos precisión en los presupuestos, más libertad para que los euros públicos salieran volando, como así ocurrió.

Ponerse ahora, once años después, a analizar si aquellos eventos sobre turismo y deporte eran últiles o no resulta un ejercicio traicionero.

Es verdad que los foros se llevaron a la práctica, pero es igual de cierto que costaron mucho menos que lo que el Govern pagó por ellos.

Años después Jaume Matas no ha querido explicar al juez Castro por qué dio ese trato de favor al esposo de la infanta Cristina. El expresident prefirió ir al "Follonero" a llorar sus penas. Castro, muy cuco, ha pedido ese vídeo.