Era un viernes por la tarde, lo recuerdo porque James Matas siempre me citaba en ese horario para demostrar que era el único conseller de Gabriel Cañellas que agotaba la semana laboral. En aquel 1995, el prometedor político del PP reinaba en Economía, mientras su president se enfangaba en el Túnel de Sóller. Me disponía a abandonar la sede palacial de la conselleria cuando Matas voceó a mi espalda:

-Escucha, si algún día me pasa como a Cañellas y cometo estos errores, espero que mis amigos me aviséis.

De donde podemos extraer varias conclusiones. Primera, que Matas se prometía una larga y fructífera carrera política. Segunda, que conocía los riesgos inherentes al poder. Tercera, que se creía inmune a ellos. Cuarta, que confiaba en que un periodista pudiera ser amigo de un gobernante. De todas formas, cuando le ocurrió como a Cañellas y mucho peor, ya no escuchaba a nadie. En ningún caso puede afirmarse con mayor propiedad que se labró sus propias condenas, aunque le resulte más fácil sostener que están equivocados todos los demás. Nueve a cero, en el último recuento del jurado popular. Y recuerden que lo que ocurrió entonces sigue ocurriendo ahora, con un mínimo reajuste de precios por mor de la crisis.

Siendo ministro de Medio Ambiente, Matas convocó en el Valparaíso -donde pagaban a su esposa a cambio de nada- una cumbre de colegas europeos. Los periodistas que cubrieron el acto comieron langosta, imaginen el menú de los políticos. También se podía llamar con liberalidad a países sudamericanos, más de un informador contactó con su familia entera. Pagaba el pueblo llano. El contrato ficticio a Maite Areal como Relaciones Públicas -o Relaciones Privadas, pues nadie sabía que trabajaba allí- no era a cambio de nada.

La paradoja de Matas indica que, si hubiera sido apartado de la carrera política por los escándalos Bitel o Mapau de su primera etapa en el Govern, no sólo hubiera ahorrado la vergüenza a su comunidad, sino que jamás se hubiera sentado en el banquillo. Su ejemplar contumacia le ha llevado a una doble condena. El Tribunal Superior le infundió la inmunidad que ahora le retiran la Audiencia, el Tribunal Supremo y el jurado popular. Según el juez más prestigioso de Mallorca, la deficiente resolución del caso Calvià tiene la culpa de todo.

Reconozco humildemente que el jurado popular me ha convencido de la culpabilidad de Matas, y me ha hecho recordar que el magistrado Siro García no sólo revalidó en el Supremo la primera sentencia contra Eugenio Hidalgo, sino que condenó a Mario Conde en la Audiencia Nacional con el argumento incontestable de que un banco no da dinero a cambio de nada, cuanto menos un hotelero mallorquín. La multa que deberá pagar el ministro de Aznar es inferior a la minuta de sus abogados, así funciona la economía. Su exjuez defensor ataca la laboriosidad de José Castro, cuando Miguel Arbona ha pasado sin solución de continuidad de magistrado de la Audiencia a abogado ante la Audiencia. Las formas son importantes en una representación teatral.

A falta de mejores argumentos, Matas me reprochó durante una entrevista de su primer mandato que hubiera criticado a su familia. Ahora ha sido condenado por un contrato ficticio a su esposa, tiene imputado al cuñado Fernando Areal a quien hizo gerente del PP balear -recuerde dónde lo leyó primero, hasta Pedro J. se escandalizó al saberlo-, y nombró directora general a su concuñada, también imputada. Los Matas están más unidos que los Rajoy-Bárcenas.

He entrevistado en el Valparaíso de marras a Yehudi Menuhin, a Julio Iglesias y a Andrés Pajares. Allí se rodaban Los bingueros, Los energéticos y demás películas precursores de la picaresca de Matas en idéntico escenario. Sin embargo, mi personaje de este hotel que mejor cuadra al ministro de Aznar es Marcos Pérez Jiménez, el dictador venezolano sobre cuya peripecia escribió Gabriel García Márquez, también en Mallorca, su inconmensurable El otoño del patriarca. Me recibió en un sillón elevado como si fuera un trono, igual que hacía Matas en el Consolat para empequeñecer a sus invitados. El venezolano me soltó una frase sensacional, "fui un déspota esclarecido". En Mallorca no tuvimos tanta suerte con nuestros déspotas.

La prensa no te obliga a tratar siempre con seres dudosos. La foto de Lorenzo muestra hoy a Frederik de Klerk en un chalet de Son Vida en julio de 1993. El entonces presidente de Sudáfrica estaba a punto de recibir el Nobel de la Paz junto a Mandela, y me dijo en Palma que buscaba para su país "una transición a la española". Pocas personas me han causado una impresión semejante.

Sin salir de la frivolidad, leo la declaración de Pedro Horrach ante Vanity Fair -aunque prefiero ¡Hola!-. El fiscal anticorrupción dice textualmente que el conocimiento de Cristina de Borbón sobre el origen del dinero que gastó del caso Infanta "sólo lo podríamos probar si le preguntáramos a ella". Es decir, reconoce que hay que preguntarle pero no va a hacerlo, en una alarmante falta de curiosidad. A continuación explica "algunos de mis éxitos más recientes, como el caso Urdangarin". Si tuviera que escribir de mis éxitos, esta sección cabría en un tuit. Al añadir mis fracasos, adquiere un volumen envidiable.

Reflexión dominical competente: "Lleven competències a les autonomies i als ajuntaments. Un altre camí a provar: treure els incompetents". (Bartomeu Bennàssar Vicens, L’humor nostre de cada dia... en càpsules).