El PSOE ha estado de fiesta. "Hemos vuelto", ha proclamado Rubalcaba en un intento de alegrar a sus desoladas huestes. Las imágenes de la conferencia política destilaban tanto alborozo como una reunión de antiguos alumnos después de la quinta cerveza. Las conclusiones a las que llegaron serían maravillosas si no fuera porque su problema no es de programa sino de credibilidad. Los programas son documentos de falsas intenciones, adornadas con lazo de seda, que nadie lee. ¿Si no cumplieron entre 2004 y 2011, por qué van a hacerlo ahora? Una pregunta razonable por parte de los potenciales electores a la que Rubalcaba, Armengol y sus generadores de ideas aún no han logrado responder.

¿Y cuál es el mensaje para Balears? Armengol asegura que se ha traído un Régimen Especial (REB) dotado económicamente. Los escépticos recordamos cuando Jaume Matas prometió lo mismo, y más, durante su primera legislatura. Rodrigo Rato, que antes de su paso por el Fondo Monetario Internacional y Bankia pasaba por ser un gestor serio y sólido, tomó la propuesta remitida por el Parlament y la enmendó de principio a fin. Solo dejó inmaculado el artículo uno, el que fijaba los límites de aplicación de la norma, o sea, la comunidad autónoma de las Illes Balears. Hubo suerte y Cabrera no se integró en Castilla-La Mancha. Si un día Armengol o cualquier otro socialista de las islas se presenta en Hacienda con un REB bajo el brazo, las carcajadas del ministro se escucharán hasta en Madagascar.

Por si fuera poco, el programa no ha aguantado ni 48 horas en el candelero. El segundo día los socialistas han retornado a lo de siempre: las luchas cainitas con las que históricamente se han liquidado entre ellos. Ya nadie habla de propuestas para un futuro gobierno sino del enfrentamiento entre la dama negra y la blanca -escoja el lector su pieza favorita- para ser candidatas a la presidencia del Govern. Aina Calvo no esperó ni a que acabara la euforia de la conferencia política para declarar la guerra a Francina Armengol (olvídese de una sana competición entre correligionarias). En los años 90, Joan March manejaba los hilos de la Federación Socialista Balear para impedir que Ramon Aguiló liderara el partido. Ahora, ya avanzado el siglo XXI, los aparatich que gestionan la miseria política que atesora -es un decir- el PSOE en las islas se emplearán a fondo para frenar en seco a Aina Calvo o Joan Mesquida, por citar a otro del que se dice que quiere jugar sus cartas, aunque sin destaparlas tan rápidamente como ha hecho la exalcaldesa. Les encanta masacrarse entre ellos para que los ganadores se alimenten de las migajas que les deja la derecha cuando asume el poder.

El PSOE de las islas aún no ha comprendido cuáles son las claves para alcanzar el poder y estabilizarse en él. La primera es una unidad interna a prueba de bombas. Alcaldes del PP le cantan las cuarenta a Bauzá sobre el TIL, pero nadie duda de que cuando llegue la hora de votar acudirán en masa y disciplinadamente a las urnas para asegurar la silla. Entre los socialistas, lo primero que se consigue con cada disputa es que una parte del partido quede relegada y desafecta. La segunda clave es ofrecer unas ideas simples, comprensibles para la mayoría de los ciudadanos y que no generen, aunque solo sea en apariencia, contradicciones. La tercera, y probablemente la más importante, la creación de una estructura de partido fuerte. Una organización que llegue a todos los rincones de Mallorca a cada pueblo y a cada barrio, que movilice a los afiliados y a los simpatizantes en los debates y polémicas locales o regionales y, como consecuencia de esta labor continuada, que el día de las elecciones no se quede ninguno de sus votos en casa.

Tan sencillo es que los socialistas de aquí siguen sin entenderlo, o al menos sin aplicarlo, después de cuatro décadas de democracia. Han demostrado históricamente que son incapaces de trabajar en busca del triunfo en solitario para no depender de pactos que después les acaban pasando factura. Cuando la victoria les llega, la última vez ocurrió en 2008, son los primeros sorprendidos porque ésta obedece más a los errores del PP que a los méritos propios.