Las predicciones de una participación masiva en la manifestación no eran concluyentes, porque en casos similares suele acudir todo el mundo excepto quienes habían anunciado que lo harían. Sin embargo, la concentración de ayer en Palma disipa cualquier apelación al escepticismo. Cien mil personas ocuparon la ciudad, la mayoría silenciada utiliza la última humillación lingüística a cargo de Bauzá como un bumerán para exteriorizar su hartazgo. Por desgracia, al otro lado no habrá un líder que pronuncie el proverbial "os he escuchado".

Mallorca tomó Palma en una invasión sin precedentes. Ante la imposibilidad de homogeneizar un colectivo de cien mil personas, pues sólo Bauzá se cree con derecho a dictar cómo deben pensar sus 200 mil votantes, ayer se concentró en las arterias palmesanas una muchedumbre inconmensurable de clase media, el semillero tradicional del PP. Queda cancelada la frase de Cañellas ante masivas protestas ecologistas, "éstos no son de los nuestros". Procede hablar de concentración, porque la Plaza España continuaba abarrotada cuando ya se había leído el manifiesto al otro extremo del recorrido.

Veteranos cargos policiales señalan que la marca a batir era la manifestación contra la guerra de Irak, también con el idioma de George Bush a cuestas. Aquel despliegue ciudadano quedó empequeñecido ayer. La fenomenal asistencia describe simétricamente la torpeza mayúscula de Bauzá, el gobernante que no se conformó con el estrangulamiento económico a la burguesía que le vota. Tenía que rematarla con una patada en la lengua.

La riada de cien mil mallorquines cambia las coordenadas políticas, por mucho que IB3 y Bauzá insistan en no darse por enterados. Por fortuna, en Madrid todavía hay telediarios dignos de tal nombre y los alcaldes mallorquines del PP han tomado nota de una arrogancia presidencial que amenaza su supervivencia. En vísperas de la concentración, el president había anunciado que no cambiaría sus planteamientos educativos "aunque sean veinte mil, cuarenta mil o sesenta mil manifestantes". Se quedó a medio camino de la cifra real.

Minimizar o distorsionar la causa de la manifestación sólo contribuye a magnificar la dimensión del rechazo a la política arrogante de Bauzá. El Govern ha exigido a gritos la manifestación masiva, encabezada por una modesta pancarta cuya tipografía es inferior a los titulares de los periódicos de hoy. Cañellas y Matas no se recuperaron jamás de protestas que no igualan a la cifra reunida ayer ni sumando las cifras de asistentes. La historia no hace pronósticos, pero desacredita a un president más caricaturizado ayer en Palma que Angela Merkel en Grecia.

La tranquilidad mallorquina se puso en marcha, sin banderas políticas ni sindicales. Con el aire desenfadado y festivo de una jornada que, parafraseando el peculiar mecanismo mental de la consellera Joana Maria Camps, "ha sido un domingo normal, excepto por cien mil mallorquines de más en la calle". Puede tomar nota la desacertada portavoz del Govern. Núria Riera se refirió el viernes con tanta profusión a los "incidentes", que costaba decidir si los estaba espantando o invocando. Por si acaso, la autoridad había infiltrado a policías con camisetas verdes, tan pésimamente camuflados que hubieran sido más discretos con una prenda fluorescente en la que se leyera "Policía".

La marea humana no abusó en ningún momento de su capacidad de arrastre. Era un colectivo muy bien educado, que a las ocho y media de la tarde saturaba todavía Jaume III. Bauzá ya dispone de un indicador de primera mano del descontento que ha generado gratuitamente entre la ciudadanía, la demoscopia ofrece procedimientos más discretos para que un gobernante explore los estados de opinión.

Lo crucial no es la manifestación, sino la movilización. La escueta frase "Mallorca no había visto nunca nada igual" debe modificarse en "Mallorca no había imaginado nunca nada igual". La invasión popular de todos los carriles de las Avenidas, incluido el sacrosanto sendero para bicicletas, exige una participación fuera de medida. Las imágenes reforzaban la impresión en vivo de una multitud tupida, sin fisuras. Nadie puede apropiarse de la voluntad de cien mil personas, y adjudicarles un perfil único equivale a la delirante pretensión de un president convencido de que los 200 mil votantes de su partido comparten la unanimidad.

Obsesionado con sus florecientes negocios privados y su concepción cuartelera de la sociedad, Bauzá ni siquiera se ha enterado de que los reiterados triunfos del PP en Balears se deben a que se bandea hábilmente, y capta a votantes que en otras regiones se van hacia el PNV o CiU. Ayer coparon las calles, y Bauzá insiste en convertirlos a su catolicismo. Por lo civil o por lo militar, evangelizándolos con un programa electoral que su propio partido ha pisoteado a escala estatal y autonómica.

Tanteando a ciegas, los cien mil congregados -reforzados por miles de manifestantes adicionales en Maó, Eivissa o Barcelona- comparten una visión bastante aproximada de la gestión de Bauzá, que amenaza a su partido en Madrid. Si hay algo que no necesita el PP estatal, son escándalos que induzcan la cristalización del descontento ciudadano y prendan en geografías inesperadas. Mallorca nunca sintió un excesivo respeto por su actual president, ahora le ha perdido el miedo. De paso, le ha impartido una lección de cultura cívica al farmacéutico que presume repetidamente de que se encuentra al frente de la sociedad más fracasada de Europa.

Histórico es el ascenso del Mallorca, la jornada de ayer escapa al tópico para cambiar el sentido de la historia. Enseña también que las manifestaciones son más útiles que las huelgas en una sociedad hiperconectada, por no hablar del ahorro económico. Sin los votantes del PP que ayer le reprocharon su forma de ejercer la política, Bauzá pierde la mayoría absoluta. Y bastante dinero, por citar el factor ideológico que más le absorbe.

La matriz lingüística del conflicto creado por Bauzá fue desbordada ayer por un malestar generalizado. Dado que le repugna cualquier propuesta que emane de Mallorca, tal vez escuche un consejo emitido desde la fraternal Sicilia. El presidente regional siciliano responde por Rosario Crocetta, un católico homosexual de izquierdas. Enfrentado a quienes discuten su decisión de suprimir el estéril equivalente del Consell en su isla, explica que "los políticos tenemos una revolución a nuestras puertas, y si no lo cambiamos todo -si no lo cambiamos realmente-, la gente invadirá los edificios del Gobierno. Vendrán hasta aquí para arrojarnos por la ventana. ¿Y saben qué? Yo me arrojaré el primero, porque tienen razón". Amén.