Seis años son mucho tiempo para permanecer como imputada de delitos fiscales, máxime si, como Ana Torroja, eres una persona que vives de tu voz e imagen.

Periódicamente los medios de comunicación de toda España se han hecho eco de las peripecias procesales de la famosa exvocalista de Mecano, antigua musa de muchos cincuentones.

Torroja ha sido noticia no por sus giras o nuevos discos, si no por sus idas y venidas por los juzgados de Palma, las pesquisas de Hacienda sobre su patrimonio y deudas y su presunta implicación en un entramado mallorquín de evasión fiscal a lo grande.

Desde el primer momento la artista optó por callar, no abrir la boca ni ante el juez, ni ante los medios de comunicación, como si su silencio le garantizara una exculpación mágica. Pero las cosas no han salido como Torroja las planeó en un principio.

Hacienda siguió con sus pesquisas y acabó ampliando la acusación de presunto fraude a varios ejercicios fiscales que, finalmente, se han quedado en tres años.

La cantante ha reflexionado en este tiempo y, al hilo de lo que hacían otros compañeros de acusación en el caso Relámpago, prestos a colaborar con la fiscalía, ha decidido minimizar los daños futuros.

Tras mantener durante meses que siempre había pagado sus impuestos correctamente y que en los años investigados era residente fiscal en Inglaterra, Torroja ha optado por bajar la cabeza y confesar, al menos, que en dos ejercicios no tributó en España lo que tocaba.

La acusada se dejó mal aconsejar por sus abogados mallorquines y optó por defraudar al Fisco mediante una trama de hombres de paja, sociedades pantalla y paraísos fiscales. Nunca me pillarán, pensó en su día.

Ahora lamenta aquellos antiguos pecados y está dispuesta a pagar lo que corresponda, con tal de no ir a prisión.