El Fortuna vivió tiempos más afortunados que los actuales. No siempre fue el buque maldito del que ahora quiere desprenderse hasta el Rey. Si ayer era padre, madre, gestor financiero, timonel y patrón del yate que asombraba con su velocidad punta, hoy abomina del hijo predilecto. Para Mallorca fue -en sus distintas versiones- la pasarela por la que desfilaron lady Di, con su biquini rojo, y su marido Charles, los reyes de los belgas, Hussein de Jordania, Harald de Noruega o el Aga Khan y su esposa la Begum Salima. También subieron a bordo dos presidentes de EE UU: George Bush padre y Bill Clinton. Desde Mallorca las imágenes volaban al papel cuché de medio mundo y la isla se convertía en una segunda corte de la que abominaban la original madrileña y la competencia turística.

Es cierto que los barcos del Rey protagonizaron algunos episodios dignos de una comedia. Como aquella vez que con Carlos y Diana a bordo tuvo que ser arrastrado por un pescador hasta el Port de Sóller. O cuando Diario de Mallorca desveló el 24 de agosto de 1988 que el segundo Fortuna estaba en venta con el lema "Palma de desayuno, St. Tropez de almuerzo y Mónaco de cena". Se había editado un folleto con los planos de la embarcación y fotos del interior nunca vistas hasta que este periódico las desveló. También significó un tropezón el encargo por parte de Patrimonio Nacional de un nuevo yate a los astilleros Mefasa. En plena crisis de 1991, con la guerra de Irak como fondo, el Rey tuvo que renunciar al juguete y rechazar el regalo envenenado que le ofreció Mario Conde.

Fue a partir de este fracaso cuando, a la siguiente ocasión que se presentó para complacer al monarca, se urdió la idea de la Fundació Turística i Cultural de les Illes Balears. Un grupo de empresarios aportó la mayor parte de los 18 millones necesarios para que en el verano de 2000 se botara un yate de 41 metros de eslora, nueve de manga y una potencia de motor capaz de alcanzar los 70 nudos a la hora. El dinero que faltaba lo puso Jaume Matas del bolsillo de todos los mallorquines. Los empresarios que financiaron el proyecto explicaron, satisfechos, que "el Rey se merece un yate de estas características". El objetivo parecía claro. Nosotros le pagamos el capricho al monarca y, a cambio, sigue promocionando la isla como destino turístico. Se escucharon algunas voces críticas, pocas, pero quedaron apagadas por la mayoría de quienes pensaban que se estaba apostando por una buena inversión.

¿Qué se torció para que todo aquello que eran cañas se haya trocado en lanzas?, ¿por qué todas las alabanzas a Juan Carlos I y a la institución que representa se han vuelto ácidas críticas?

La primera razón es la crisis económica. La yacht set, como se llegó a conocer a una clase social enriquecida que pasaba sus vacaciones en los yates atracados en puertos deportivos de lujo, no ha dejado de existir, pero procura pasar desapercibida. Para un rey, tanta discreción resulta imposible. Basta que el Fortuna suelte amarras para que decenas de objetivos apunten hacia cada rincón de la cubierta.

La segunda razón es el descrédito de la monarquía en los últimos años. Don Juan Carlos no solo ha sufrido tropiezos físicos. Los ha habido mucho más dañinos para la imagen de una institución que logró su máxima valoración durante la época de la transición. Botswana, Urdangarin, Cristina... han hecho más daño a la monarquía que los republicanos.

La tercera es la edad del monarca y la desintegración familiar. A los 75 años el Rey ya no logra saltar de un velero a otro en el Club de Mar ni tampoco consigue reunir a la familia.

En estas circunstancias, el Fortuna era un lastre antes que un lugar en el que liberarse de las tensiones del cargo y convidar a los políticos y empresarios con los que España hacía negocios. El Fortuna como símbolo está hundido y Marivent como eje de la promoción turística de Mallorca hace aguas. Las autoridades autonómicas deberán ponerse las pilas para proyectar una nueva imagen positiva en los medios internacionales.