Quince años después de su boda con Iñaki Urdangarin, una respetada figura del balonmano, la infanta Cristina afronta ahora una vida condicionada por la evolución de un proceso judicial que afecta ya directamente a ambos y de cuyo desenlace está pendiente toda España.

Era la primavera de 2009 cuando la Casa del Rey anunció el traslado del matrimonio Urdangarin-Borbón, con sus cuatro hijos, de Barcelona a Washington, donde el entonces libre de toda sospecha duque de Palma había recibido una propuesta para ejercer el cargo de presidente de la Comisión de Asuntos Públicos de Telefónica Latinoamérica.

En aquel momento, eran percibidos por la mayoría de la sociedad española como la pareja perfecta, querida e incluso envidiada, que se había visto unida por el deporte en los Juegos Olímpicos de 1996 en Atlanta, donde la hija menor del rey había conocido a un atractivo jugador de balonmano que conquistó la medalla de bronce con el equipo nacional.

Aficionada a la vela, como su padre y sus hermanos, doña Cristina había competido en los Juegos de Seúl 1988, en cuya inauguración fue la imagen que representó al deporte español como abanderada del equipo olímpico cuatro años antes de que lo hiciera su hermano, el príncipe de Asturias, en los siguientes Juegos Olímpicos, que culminaron la proyección internacional de Barcelona y España en 1992.

Nacida en la capital española en junio de 1965 y licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid, fijó aquel decisivo 1992 su residencia en Barcelona, en un principio para un periodo de seis meses, con el fin de participar en la Organización del Campeonato Mundial de Vela Adaptada, aunque esa temporalidad se prolongó diecisiete años.

En 1990 había cursado un máster en Relaciones Internacionales en Nueva York, un año después trabajó en París con una beca de formación en la UNESCO -organización a la que ha seguido vinculada- y en 1993 entró a formar parte de la plantilla de la Fundación la Caixa, donde ha ejercido desde entonces diversas responsabilidades y dirige actualmente el Área Internacional.

Poco antes de contraer matrimonio en Barcelona con Iñaki Urdangarin, en octubre de 1997, recibió el título de duquesa de Palma de Mallorca, concedido por su padre, el rey, así como la Medalla de Oro de la ciudad, distinción a la que siguió la Medalla de Oro de Baleares.

No podía pensar entonces que las islas se iban a convertir en el epicentro de unos crecientes problemas judiciales, que empezaron a sacudir su vida familiar en 2011, cuando el instructor del caso Nóos citó como imputado a su esposo, y que han desembocado hoy en un auto del mismo juez, José Castro, en la que es ella la llamada a comparecer como imputada.

Y todo ello después de ver cómo Cort retiraba el nombre de "duques de Palma" a la Rambla y pedía a Urdangarin que renunciara a utilizar el título de duque de Ciutat.

El año pasado, la Casa del Rey explicó que el traslado a Washington de 2009 no era ajeno a los consejos del asesor legal externo de esta institución para que Urdangarin se desvinculara definitivamente de unas actividades no apropiadas para un miembro de la Familia Real.

Pocos días antes de su imputación, en diciembre de 2011, don Juan Carlos apartó de toda actividad oficial a su yerno por su conducta no ejemplar y en el mensaje de Navidad de aquel año recordaba que "la justicia es igual para todos", un lema que menciona también el juez José Castro en su auto para argumentar la necesidad de imputar a la infanta Cristina.

El último acto público oficial en el que participaron Urdangarin y la infanta fue la ceremonia institucional de la Fiesta Nacional del 12 de octubre de 2011 y, justo un año más tarde, en la misma celebración, la Casa del Rey escenificó su nuevo criterio de limitar estos actos al "núcleo central" de la Familia Real, entendido como los Reyes y los Príncipes.

Durante este ya largo vía crucis, la Reina ha mostrado públicamente un apoyo familiar sin fisuras a su hija y su yerno, a quienes visitó en Washington, y también lo ha hecho la infanta Elena, quien les acompañó en la visita que ambos hicieron al rey en el hospital el pasado 25 de noviembre, en plena efervescencia del caso Nóos.

Doña Cristina pidió permiso a su padre para que su marido le acompañara en esa visita, que desató interpretaciones erróneas sobre un supuesto cambio en el criterio de la Casa del Rey en relación con Urdangarin, así como numerosos comentarios sobre el detalle de que los Príncipes prefirieran no coincidir con él en ningún momento ante las cámaras.

La tenacidad y la fortaleza de carácter de la infanta también ha quedado de relieve en las últimas semanas ante innumerables rumores sobre su futuro familiar, mientras doña Cristina y su esposo afrontan a diario un intenso asedio informativo ante el conocido como "palacete" de Pedralbes, puesto en venta para pagar la fianza impuesta por el juez.