La unidad familiar practica dos métodos para la independencia de una o varias de sus partes. En el primero, el del valiente o el temerario, el hijo toma un hato con sus pocas pertenencias, abandona el hogar paterno y se traslada a una pensión. Allí malvive con los escasos euros que gana con su contrato basura y sufre las privaciones propias de una economía precaria. El segundo sistema, el del hijo más acomodaticio, supone una salida ordenada. La madre prepara la maleta procurando que no falte el cepillo de dientes, el vástago acude todos los días a comer los guisos maternos provisto de una fiambrera para guardar las sobras con las que sobrevivir el fin de semana y los lunes entrega a mamá un bulto con la ropa sucia para que la lave. En ocasiones su nuevo hogar es la segunda vivienda de los padres y, en caso de apuros económicos, ellos ejercen de banco central.

¿Qué camino es el que propone el neoindependentista Artur Mas?

Las familias tienen dos formas de funcionar mientras conviven en un mismo hogar? En la primera, el pater familias acumula toda la autoridad, su palabra es ley y sus competencias alcanzan hasta el último rincón de cada habitación de los hijos. Se ve el programa de televisión que decide el progenitor y nadie rechista cuando se planifican los menús de la semana. La otra forma de relacionarse considera que el espacio de cada miembro es sagrado, que la paga semanal se gasta o ahorra a discreción y se respetan las ideas de todos.

¿Qué tipo de relación propone el campeador antiestatut Mariano Rajoy?

Se han cometido tantas atrocidades por culpa de banderas y fronteras como por los enfrentamientos religiosos. Ya que resulta utópico quemar todas las banderas sean rojigualdas, cuatribarradas o tricolores, lo mejor es que jamás sean esgrimidas como una amenaza. Ya que resulta extremadamente complejo borrar todas las fronteras, lo deseable es trabajar para hacerlas más permeables. Es lo que, con dificultades, hace la Unión Europea.

El escritor checo Ivan Klíma (Praga, 1931) conoció los campos de concentración nazis, la persecución y prohibición de sus libros por parte del régimen comunista, la revolución de terciopelo de 1989 y la desintegración de Chescoslovaquia en 1993. En un artículo publicado en pleno proceso de separación de su país, nacido en 1918, analiza cómo se llegó a un desenlace que apenas unos meses antes nadie deseaba. "De hecho, hasta hace poco tiempo, los sondeos de opinión mostraban que más del 80% de ciudadanos de las dos repúblicas se mostraban a favor de mantener el país unido". Sin embargo, existía un malestar latente por causas trasladables a la situación española.

Primera coincidencia: "Si los checos contribuyeron de alguna forma a esta división fue por no tomarse en serio a los separatistas eslovacos durante mucho tiempo, o mejor, los deseos eslovacos de una mayor autonomía". Segunda: "Los votantes eslovacos deseaban algo irrealizable: un Estado totalmente independiente en el que se mantuvieran al tiempo todas las ventajas del ente común anterior". Tercera similitud: "Mientras los checos consideraban la república como suya, para muchos eslovacos la pertenencia a la república era cuestionable, al menos emocionalmente". Cuarta y última: "La ignorancia de la cultura eslovaca por parte de los checos llegó a ser humillante para los intelectuales eslovacos, mientras que se consideraba esencial que un eslovaco culto tuviera un buen conocimiento del checo". (Intente recordar la última vez que escuchó una canción en catalán en una cadena estatal)

¿Por qué teniendo a mano el modelo real checoslovaco nos fijamos tanto en el escocés? Porque el segundo, como el catalán, es una utopía. En cambio, veinte años después de que se consumara la división de Chequia y Eslovaquia casi nadie, en ninguno de los dos lados, defiende con contundencia los beneficios reales que la separación les ha reportado. Una paradoja de la independencia: las fronteras establecidas en 1993 tras el divorcio desaparecieron en 2007 con la creación de la zona Schengen.