Balears registró durante los años previos a la crisis el mayor incremento poblacional del país, espoleado por una llegada masiva de inmigrantes que tenía como objetivo en la mayoría de los casos cubrir las plantillas dedicadas a la intensa construcción de viviendas y al desarrollo de gigantescos proyectos de obra pública. Un proceso cargado de desequilibrios, según ha venido advirtiendo el catedrático de Geografía Humana de la Universitat balear, Pere Salvà.

—Balears cuanta ya con más de 1,1 millones de habitantes. ¿Hay recursos para tanta gente?

—Desde el punto de vista de los recursos naturales puede existir un problema importante, por la necesidad de contar con suministro de agua y de eliminar todos los residuos que se generan, por ejemplo. Pero la cantidad no es el factor fundamental. Lo verdaderamente relevante es si la estructura económica de las islas es suficiente para mantener a toda esta población, especialmente porque no es previsible un retorno importante de extrajeros a sus países. Tenemos a más de 700.000 personas que están entre los 20 y los 64 años. ¿Habrá actividad suficiente para dar un trabajo a toda esta población cuando en los mejores momentos hemos tenido algo más de 500.000 afiliados a la Seguridad Social? Eliminando a los que no desean trabajar, tenemos a más de 100.000 personas que pueden verse abocadas a una bolsa de pobreza o condenadas a la economía sumergida para subsistir.

—¿No es previsible un retorno a sus países de una parte significativa de la inmigración?

—No lo creo, porque tampoco allí tienen una economía boyante. Hay que tener en cuenta que la población inmigrante no ha disminuido. Entre 2010 y 2011 hay un incremento de la población balear de 6.000 personas, de las que 4.000 se explican por el crecimiento natural pero las 2.000 restantes son de saldo migratorio. Si miramos el número de extranjeros, todavía hay una evolución al alza. Lo que cambia es el origen, con una reducción de los procedentes de Latinoamérica y un aumento de los que llegan de la Europa del Este, sobre todo desde Rumanía y Bulgaria.

—¿Hay límite para el crecimiento demográfico?

—Cuando se elaboraba el plan territorial de Mallorca, la expresidenta del Consell, Maria Antònia Munar, tenía una obsesión con este tema. Y mi respuesta es que es un problema político. ¿A cuánta población le podemos garantizar el bienestar con recursos sanitarios, educativos...? ¿Y cuánto trabajo podemos ofrecer?

—La construcción fue el polo de atracción de una gran parte de esta inmigración. Pero este sector está ahora prácticamente paralizado. ¿Eso nos permite concluir que en Balears sobra gente?

—Sí. Digamos que hay una falta de adecuación entre el número de personas en edad de trabajar y el número de empleos de que disponemos Y Balears tiene un segundo problema muy importante, que es la formación. Durante los años de pleno empleo, entre 2000 y 2007, hemos tenido un alto abandono escolar por la facilidad que había para encontrar un puesto de trabajo. Ahora tenemos una población ínfimamente formada, y los futuros nichos de crecimiento del empleo están en ámbitos que precisan de mano de obra cualificada, como en el caso de las nuevas tecnologías o la rehabilitación de todo lo que se ha hecho mal en la construcción de los últimos años. Eso es algo que nos diferencia, por ejemplo, de Alemania, ya que allí su población nativa se formaba y se buscaba mano de obra extranjera para aquellos trabajos que ellos no querían hacer.

—¿Empezamos a tener en Balears un problema de competencia por el mismo puesto de trabajo entre españoles e inmigrantes?

—Lo tenemos más entre los extranjeros que llegaron primero y las últimas oleadas de inmigración.

—¿En que situación queda la población nacida en las islas o en el resto de España?

—Hay mucha gente que dejó los estudios para ganar en ese momento un buen jornal de 800 euros mensuales. Pero al cabo de los años se encuentra con que sigue ganado esos mismos 800 euros, sin posibilidad de promoción por falta de cualificación. Y el problema añadido es que los países del Este que se han integrado en la Unión Europea tienen una formación profesional muy buena, y están dispuestos a trabajar por salarios más bajos. Los españoles nos encontramos en medio de un bocadillo, con trabajos por abajo que no queremos hacer y por arriba aquellos a los que no podemos acceder por falta de formación. Eso crea depresiones y frustración al no ver perspectivas de futuro

—¿Esa puede ser una de las bases de la ´indignación´ de muchos colectivos?.

—Ahí se encuentra un poco el movimiento del 15-M. Estamos en un mundo capitalista en el que hemos inculcado a los jóvenes que el bien más importante es tener trabajo, y resulta que ahora no se lo podemos dar.

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