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"Ahora la cosa ha cambiado bastante y los chinos dominan bastante mejor nuestro idioma, basta con ver cómo han diversificado sus negocios. Pero hace algunos años nos sorprendía mucho el hecho de que, cuando llegábamos a un establecimiento chino, el propietario dejaba de entendernos en cuanto le comunicábamos que éramos inspectoras de consumo. Pese a ello, si acto seguido llegaba una cliente que le pedía unos leotardos rosas con topos blancos de la talla 4, el propietario no tardaba ni un segundo en informarle de dónde se hallaba la prenda que buscaba", recuerda Joana Maria.

Esta picaresca oriental no es óbice para disculpar la sorpresa que debió sufrir otro comerciante chino cuando la propia Joana Maria se identificó por error en su establecimiento con un calendario de san Pancracio con el que acababa de ser obsequiada en una carnicería, recuerda aún hoy entre risas.

Y ambas todavía rememoran el episodio vivido en un establecimento en Can Picafort. Y ésta vez con un propietario ben mallorquí. "Pasamos frente a su establecimiento y decidimos entrar porque había irregularidades en el etiquetado. Primero nos dijo que no era el propietario, que era un amigo del mismo que pasaba por allí y había decidido quedarse a guardar el negocio. Luego me puso a su madre por teléfono para ver si podía arreglar el entuerto. Y todo esto mientras intentaba ligar con María del Carmen invitándole a pescar por la zona a las cinco de la madrugada. Por último, nos comunicó que él se marchaba y que iba a cerrar el establecimiento con llave, independientemente de que estuviéramos nosotras dentro. Tuvimos que llamar a la policía para evitar que nos encerrara".

Productos reutilizables

Otra actuación en un gran almacén de un importador chino en un polígono implicó a todo el departamento de inspectores durante dos o tres días, debido a la ingente cantidad de productos irregulares que contenía. "El propietario nos pidió que no los destruyéramos, que él los podía reutilizar enviándolos a Sudamérica o a África", se escandaliza todavía hoy Joana Maria.

También recuerdan sus andanzas por las zonas discotequeras de Magaluf y Punta Ballena para tomar muestras de bebidas alcohólicas para evitar rellenos ilegales. "Era un pandemonium, con toda la música a tope y los locales llenos de jovencitos que miraban con asombra cómo dos personas mayores andaban por allí. O la vez que fuimos a controlar las bebidas de una gala juvenil. Recuerdo que unos chicos, al vernos, exclamaron: ´Mirad, también han venido unos padres´", recuerdan estas inspectoras algunas de sus batallitas.