Las llamas han arrasado más de dos mil hectáreas en lo que llevamos de año, pero la virulencia del fuego se cebó a principios de julio en la zona de Artà, históricamente castigada por los incendios forestales, donde este mismo jueves se calcinaron unas 28,5 hectáreas. Después de que bomberos, brigadas del Ibanat, helicópteros, hidroaviones y voluntarios de Protección Civil hayan trabajado a contrarreloj para controlar y extinguir las llamas... ¿qué? pues después de este infierno, llega otro infierno: Un paisaje desolador teñido de negro ceniza, árboles calcinados, plantas sin vida y montes rocosos debido a que la vegetación ha sido pasto de las llamas. Pero si esta fotografía en un blanco y negro impuesto por el fuego ya duele, el dolor se incrementa al ver que la recuperación de la zona implica años de espera y requiere una gran inversión económica, difícil de conseguir en tiempos de mala coyuntura económica como la actual.

En la primera quincena de julio, la isla vivió una ola de incendios que dejaron siete fuegos en ocho días. Tres fueron los más significativos: las más de 350 hectáreas calcinadas en Artà u otras 300 de terreno agrícola en Santa Margalida, Maria de la Salut y Llubí. Asimismo, la virulencia del fuego puso en peligro los chalés de la Costa den Blanes, en Calvià, donde a mediados de julio las llamas quemaron unas 30 hectáreas de superficie arbolada. Con todo, Eivissa es la isla que se lleva la peor parte, ya que a finales de mayo un devastador incendio arrasó más de 1.500 hectáreas en la sierra de Morna, en el municipio de Sant Joan de Llabritja. De hecho, se considera uno de los peores fuegos de la historia de Balears.

Los datos hablan por sí solos, y hasta el mes de julio, las islas han registrado un total de 60 incendios, que han calcinado 2.164 hectáreas. Para encontrar cifras similares a las que llevamos este año hay que remontarse a 1994, resalta el jefe del departamento de extinción de incendios del Ibanat, Miquel Sintes. El técnico lamenta que este año casi se han registrado más fuegos que en la última década. Es verdad, añade, que los grandes incendios como el de Morna en Eivissa desvirtúan las estadísticas.

Una vez extinguidos los incendios y que los expertos hayan investigado las causas, llega el momento de preparar el terreno para su regeneración. Algo que lleva tiempo, mucho tiempo. El jefe del departamento de gestión forestal de Ibanat, Javier Bonfill, detalla que una vez extinguido el incendio forestal los técnicos de la conselleria de Agricultura, Medio Ambiente y Territorio son los encargados de inspeccionar el terreno arrasado por las llamas y evaluar los daños ocasionados por el fuego. Con todos los datos recopilados, los expertos redactan un documento técnico y hacen un presupuesto del proyecto de restauración. Este estudio, señala, Bonfill, puede estar listo en uno o dos meses.

Después del infierno de un incendio forestal, lo prioritario es la lucha contra la erosión. Es decir, actuar sobre el terreno calcinado para evitar la erosión que el viento y las lluvias pueden provocar en las pendientes de las montañas. Bonfill explica que para combatirla se crean fajinas en perpendicular a las pendientes. Así se evita que las precipitaciones no laven la tierra y descubran la roca madre del monte azotado por las llamas. El experto puntualiza que para hacer estas fajinas se talan los árboles afectados por el fuego y se hacen astillas. Se trata, resalta, de una tarea dura porque se debe hacer manualmente.

En la misma línea se pronuncia el decano del Colegio Oficial de Ingenieros de Montes, Oriol Domenech, quien remarca que tras un incendio, la primera actuación consiste en quitar la madera quemada triturándola o haciendo astillas para crear dichas fajinas. Además de habilitar estas fajas para combatir la erosión del terreno, muchas veces se deben hacer actuaciones para proteger caminos, casas o líneas eléctricas, infraestructuras que quedan resguardadas a través de fajas. Bonfill asegura que si las viviendas en zona forestal no contaban con estas fajas de protección antes de producirse el incendio, se deben crear para que la vivienda, por ejemplo, quede protegida una vez que la vegetación vuelva a crecer.

Regeneración

Tras esta primera actuación contra la lucha de la erosión del terreno, viene la larga espera. Y es que se debe aguardar entre uno y dos años para saber si los árboles y la vegetación sacudida por las llamas se regenera naturalmente. Oriol Domenech recuerda que si tras el incendio quedan piñas vivas, de estos piñones pueden nacer de forma natural y sin la intervención del hombre nuevos pinos. De todas maneras, Domenech puntualiza que así como aumenta la frecuencia de incendios en una determinada zona, va perdiendo la capacidad de recuperarse naturalmente. Le viene a la mente la Sierra de Llevant, unos terrenos que han sido víctimas de las llamas en los últimos 20 años, por ello, es difícil que la vegetación se restablezca de forma natural. Asimismo el experto añade que en algunos puntos de la isla la regeneración es doblemente difícil debido a que a los efectos del fuego hay que sumar la población de cabras asilvestradas que se comen la vegetación. "Las cabras se lo comen todo, hacen mucho daño", apunta Bonfill. En cambio, explica Domenech, en la sierra de Morna, en Eivissa, es más fácil que la zona se regenere de forma natural en un plazo relativamente corto de tiempo porque no es un punto castigado continuamente por el fuego. En la misma línea se pronuncia el técnico de la conselleria de Agricultura, Medio Ambiente y Territorio quien detalla que, por ejemplo, Binirràs, también en Eivissa, donde el pasado verano se produjo un gran incendio, se regenera naturalmente.

En el caso de que la zona no se recupere de forma natural, Bonfill afirma que el último paso es la repoblación forestal. Y en este punto entra en el terreno de juego la partida presupuestaria, ya que dichas repoblaciones requieren una gran inversión. "Son actuaciones muy costosas", repite. Pone cifras: replantar una hectárea supone un desembolso de 3.000 euros, por ello se suelen hacer actuaciones selectivas en las zonas más vulnerables. Y después hay que hacer un mantenimiento de la propia repoblación. El primero se suele hacer al cabo de tres años, y el segundo a los seis. "Todo es muy lento", lamenta.

Así las cosas, Bonfill reconoce que prima el criterio económico aunque según la zona del incendio puede tener mayor peso el criterio estético, sobre todo si se trata de un municipio que vive del turismo. De todas maneras, apunta que en este último punto también debe de tenerse en cuenta la disponibilidad económica porque son actuaciones muy caras.

Y de los terrenos forestales a los agrícolas, que este verano también han sido caldo de cultivo de los incendios ya que a principios de julio los payeses de la zona de Santa Margalida, Llubí y Maria de la Salut vieron como sus cosechas se reducían a carbón. Técnicos de Asaja aseguran que cuando un agricultor se ve afectado por las llamas lo primero que debe hacer es contactar con el seguro, en el caso de que tenga cubierto el terreno. De todas maneras, en esta ocasión lo que realmente se ha perdido ha sido la cosecha, añaden desde la patronal agraria. La recuperación del terreno no requiere pues tanto tiempo como en zonas forestales. Según calculan los técnicos, los campos afectados ya se pueden labrar para cultivar en septiembre, y luego sembrar. Eso sí, la cosa cambia cuando los afectados por las llamas son los árboles, ya que dependerá del daño que les hayan hecho las llamas.

Por su parte, Domenech insiste en que a nivel de prevención se puede hacer más trabajo. Así insta a desarrollar un estudio para saber si es viable hacer energía renovable a través de la biomasa. De todas maneras, en cuestión de incendios forestales ya lo dice el dicho: más vale prevenir que curar, por ello, es muy importante que los ciudadanos extremen las precauciones para evitar el infierno de las llamas.