La gran noticia infravalorada del primer tercio de campaña muestra a Mateo Isern pegando carteles sin su Rolex en la muñeca. Esta renuncia ascética de uno de los "señoritos candidatos" del PP –Antich se apropió del término aquí acuñado sin pagar derechos, mal andamos de imaginación– nos confronta con las renuncias inhumanas que exigimos a nuestros gobernantes. Vale que como los césares, Isern no nació sólo para sí, sino para Roma, denominación latina de Palma. Ahora bien, si un aspirante a alcalde ha de empeñar su reloj, el envilecimiento de la dictadura de las clases medias ha alcanzado su nadir.

El Rolex en campaña no dirime un conflicto exclusivamente mallorquín. Nicolas Sarkozy vivió la misma polémica, y con la misma marca de reloj, al lucirse con Rolex, Ray-Ban y demás aditamentos de hombre anuncio. Dado que los franceses son más pobres que los mallorquines, el escándalo allí amasado obligó a intervenir en defensa del presidente al publicista Jacques Séguéla, famoso por organizar la cena inaugural con Carla Bruni. El empresario bramó, "¿cómo se le puede reprochar a un presidente de Francia que tenga un Rolex? Todo el mundo tiene un Rolex. Si a los cincuenta años no tienes un Rolex, eres un fracasado".

¿Quiere esto decir que Isern puede llegar a presidente? Sí, aunque preferiblemente de Francia. Su estrategia no debería consistir en aparcar el Rolex en la caja fuerte, sino en desenfundarlo y en prometer a los palmesanos que todos ellos dispondrán de un reloj de esa marca a los cincuenta años, en especial si aprovechan el tiempo en lugar de perderlo montando en bicicleta. Presentarse personalmente exige una personalidad, y es peligroso abdicar de ella, por escuálida que sea.

El castellano y el Rolex eran las grandes bazas dialécticas del PP. Si Isern raciona su uso, contagiará a innumerables palmesanos que se despojarán del reloj antes de dirigirse a las urnas, donde todos los vecinos pueden advertir el exhibicionismo culpable. ¿Se puede votar a un Rolex?, ¿se puede votar con Rolex? La política mallorquina abunda en las perniciosas consecuencias de un comportamiento cartujo. Así, Eugenio Hidalgo quería comprarse un Ferrari, y sólo renunció tras la insistencia de sus asesores contra la ostentación, cambiándolo por un modesto Porsche.

Gracias al Govern del PP, con sus vuelos en primera y sus suites a mil euros la noche pagadas con fondos públicos –Matas, Cardona, Ordinas–, el Rolex es casi una ordinariez en los pasillos de las instituciones. Aunque nadie como la consellera que comentaba delante de constructores lo guay que era el último bolso de Vuitton. Y curiosamente, lo recibía en Navidad como regalo.