Hubo un tiempo en el que conseguir un amarre en Mallorca era misión de buen pescador: había que echar la caña antes que nadie y esperar pacientemente. Esperar, esperar y, luego, volver a esperar. Pero esos tiempos pasaron. Lo reconocen en los puertos deportivos, en los que explican un hecho revelador: en 2007 a estas alturas estaba todo reservado y había una lista de espera sembrada de nombres; hoy hay plazas libres. Muchas plazas libres. En algunos casos el 10%. En otros, hasta el 20%.

Depende de la dársena, pero las bajada en las peticiones varían entre el 7% de los que mejor llevan la crisis y el 15% de los más golpeados, aclara Bartolomé Bestard, director del puerto deportivo Alcudiamar, en el que llueve sobre mojado: esos descensos de este año profundizan en la herida abierta el año pasado, el peor, cuando en junio confesaban un desplome del 30% de la demanda de amarres. "El 2010 fue malísimo y este ha empezado peor", resume el director del puerto deportivo de Santa Ponça, Ricardo Ferrer, que habla de un 7% de retroceso en sus muelles. Y lo atribuye sobre todo al factor que más preocupa: el frenazo en seco que sufre la venta de embarcaciones, como consecuencia de un impuesto de matriculación que ningún otro país cobra.

Aunque hay más factores. Valencia y la resaca de su Copa América es una de ellos: generaron tantos amarres para albergar la competición más prestigiosa de la vela mundial que hoy les sobran mueles. Y los regalan. "Muchos barcos se han ido a pasar el invierno a puertos más baratos. Y en verano, Mallorca tiene tirón, pero ya no estamos tan llenos. Queda sitio", cuenta Patrick Reynés, presidente de la patronal de los puertos deportivos y director de Marina Port de Mallorca, que deja claro que no la isla no va a entrar al trapo: "No somos baratos, pero yo no creo en bajar los precios. Nosotros competimos por calidad, y ahí tenemos un nivel muy alto".

"Hay dinero, pero es cobarde"

Del mismo modo lo ve la mayoría de los consultados, aunque todos son conscientes de que cuando el dinero falta, como ocurre en esta crisis, el precio puede ser decisivo. Y las diferencias son gruesas, como pudo comprobar este diario en un sondeo entre las empresas y webs dedicadas a la venta y alquiler de muelles deportivos: el amarre de 15 por 5 metros que en Palma Nova se vende por 136.000 euros y en Formentera sale por 140.000 euros, cuesta en el náutico de Valencia 35.000 euros. Es decir, por lo que cuesta el muelle en Mallorca compras cuatro plazas en tierras de Camps y el Bigotes. Y con plazas más pequeñas la diferencia es parecida: por el amarre de 10 por 3,50 metros que en Alcúdia sale por 65.000 euros y que en el Arenal cotiza en 75.000 euros, piden 25.000 euros en Castellón, 22.000 en Murcia y 20.000 en el náutico de Valencia.

De ahí la dificultad para competir. Aunque la cosa va por barrios. Según Bestard, sufre más la náutica de clase media, la de barcos y amarres de menos de 20 metros, que la de superlujo. Y no es solo problema de dinero. "Hay dinero, pero es cobarde: es una crisis de confianza", opina Bestard, que, como Ferrer y Reynés, asegura que los costes hacen que los barcos se queden en seco. "No sacan el barco al mar". Y tampoco extraña: con el gasóleo disparado llenar el depósito deja un buen costurón en la cartera. "Por eso se reducen las estancias y se atrasan las reservas, que se dejan cada vez más para última hora", dice Reynés, que teme que ni el mejor verano para Mallorca enderece el rumbo de un sector que escora.