Han pasado tres años y José Luis H. A. aún no ha dejado de arrepentirse. Tardará en hacerlo. Su mente sigue encallada en el día en que cambió su vida, el momento en el que su único chispazo de ambición convirtió a este hombre tranquilo de existencia desahogada en preso de sus deudas. Fue un 11 de noviembre de 2007, el día del inicio de la pesadilla, el día que marca sus días, el día en que decidió hacerse empresario. "Maldita la hora", dice hoy, recordando la vida holgada que le permitían los 3.000 euros de sueldo neto que cobraba y cobra como trabajador de una empresa de transportes estatal privatizada hace ya un decenio. "Vivíamos muy bien mi mujer, mi hija y mi hijo. Hoy ella cose para tiendas desde casa y mi sueldo va casi íntegramente a pagar deudas".

Todo por un chispazo, casi una ambición juvenil, un viejo sueño que escogió el peor momento para aflorar: "Junté valor para poner una casa rural en mi pueblo. Compré una muy bonita y la reformé entera y a lo grande: maderas buenas, piedra buena, muebles de lujo. Lo pagué todo con un crédito. Tardaron un segundo en dármelo. Cuando vieron mi nómina les bastó. En 2007 la gente de la unidad de riesgos de mi caja debía de estar de vacaciones. Y al poco empezó la crisis. No llegaban clientes y yo tenía de repente una deuda de 400.000 euros. Cuando se acabó la carencia del crédito y hubo que empezar a amortizar vi que estaba en la ruina".

Y solicitó un concurso de acreedores que le ha dado aire pero no le ha quitado ni un minuto de angustia: "He ganado tiempo, pero sé que me lo van a acabar comiendo todo. De mi nómina me dejan lo justo para pagar la comida y el piso. Así voy a estar mucho tiempo. Y lo peor de todo es que no puedo ni aparecer por mi pueblo, que es la verdadera razón por la que me metí en esto, para estar más cerca del lugar que más amo. No puedo ir porque le debo mucho dinero a gente de allí, amigos a los que contraté las obras y los suministros que hoy si me cogen me rompen las piernas", cuenta, abatido por la crisis, apaleado por las penurias de su familia y solo consolado por las pastillas que toma para controlar su ansiedad.

Para José Luis el concurso de acreedores es una huida hacia adelante que ni siquiera le ha permitido huir. Aunque en la mayoría de los casos lo permite. Son empresarios como Joan, que inició un concurso de acreedores para liquidar su empresa de toda la vida y fundarla de nuevo a nombre de su hija y sin "antecedentes bancarios". A él le salió bien. También a Federico, dueño de una de las pocas empresas que entraron en concurso de acreedores y han salido vivas de él. De las 50 investigadas por este diario, la de Federico, Alkyleme, es una de las nueve que lo han logrado. "Lo más fácil habría sido usar el concurso para cerrar. La Ley Concursal es perfecta para cerrar y desaparecer, pero yo quiero ir tranquilo por la calle". Así que optó por la vía valiente, la difícil y exigida, la del sacrificio diario y el cinturón apretado. "El concurso nos sirvió para evitar la muerte, y nuestra intención siempre fue seguir adelante, porque tenemos clientes a los que nos debemos. Pero lo que más duele de todo es que las empresas que desaparecieron y se fundaron de nuevo consiguen crédito y nosotros, no. A las empresas en concurso, los bancos nos meten en una lista negra. En otros países es al revés, porque no hay empresa más transparente que una que está en concurso bajo tutela judicial", apunta este empresario de la construcción de Manacor, castigado por el mismo efecto dominó de impagos que machaca a todo su sector. Por eso habla con amargura de los bancos, a los que ha renunciado. "Trabajamos sin ellos. Es mucho más difícil, pero es la única manera. Cuando presentas el concurso empiezan a negarte créditos y refinanciación, pero al final tienen que llegar a un acuerdo contigo que les hace renunciar a parte de su dinero. Es absurdo. Si en vez de ahogar a las empresas, ayudaran, nos iría mejor a todos".

La banca ahoga

Las historias de Federico y José Luis no suenan a nuevas a quienes viven en el mundo del derecho mercantil y los negocios. Como Isabel Martorell, abogada y delegada de la Asociación de Usuarios de Banca, a la que le sobran ejemplos reales sobre la agresividad de los bancos con los clientes a los que antes apenas vigilaban. "Tenemos un promotor al que aceptaron refinanciarle para que saliera adelante, pero le pedían no solo garantías de las empresa y su patrimonio, también avales personales, el suyo, el de los socios y el de familiares; y además le exigían una póliza de crédito sobre todos los créditos y les metían una cláusula suelo por si siguen los tipos bajos. Los bancos quieren asegurar tanto que ahogan a las empresas".

Y de paso se ahogan ellos. Porque la morosidad es la última burbuja que amenaza a un sector financiero que sigue metiéndose en un callejón sin salida: inició la crisis propiciando una burbuja a base de liquidez sin límites y ahora la agrava cerrando el grifo a los empresarios que pelean por seguir adelante, pero acaban convirtiéndose en morosos. Sus morosos. Los que amenazan el futuro de algunas cajas. Los que fuerzan fusiones y obligan a cierres de sucursales. Lo certifican abogados como Martorell, que recuerdan que los procesos concursales conducen a quitas (condonaciones de deuda) de hasta el 50%, que hacen que los bancos pierdan la mitad de lo que quisieron asegurar. Mueren así a la italiana: de catenaccio, a la defensiva. Y mueren matando.