Francisco Marín ha vivido desde primera línea, como presidente de los hoteleros de la Platja de Palma, todo el proceso de gestación de un Plan de Rehabilitación Integral de esta zona que finalmente ha quedado desactivado, al menos temporalmente, por la falta de consenso.

–Hagamos balance de daños. ¿Qué supone la suspensión que se ha producido en la tramitación del plan?

–No ha habido consenso para tirar esto adelante y la perspectiva de futuro es preguntarse si será posible recuperarlo dentro de medio año, una vez superadas las elecciones. De momento, esta parada supone para el sector hotelero la paralización de las inversiones privadas. La idea que tenía cualquier empresario estaba puesta siempre en la reforma de la zona para así invertir en ella. Esta expectativa ha quedado reducida a cero prácticamente. El que tiene un hotel de tres estrellas y pensaba elevar su categoría a cuatro, ha dejado el proyecto en el cajón. Hasta que no se defina de una vez lo que se quiere hacer en la Platja de Palma, las inversiones empresariales han quedado en nada, salvo el caso puntual de algún arriesgado que se atreva. La famosa frase de Margarita Nájera (comisionada del Gobierno central para la zona) de que aquí llegarían 2.000 millones de iniciativa privada ha quedado en el limbo.

–El paulatino deterioro de la Platja de Palma como destino turístico es evidente. ¿Ya no hay nada que pueda detener este declive?

–Hay un hecho que define ese declive que menciona. Si hay una zona en Mallorca que tiene potencial para permanecer abierta en invierno es ésta, por su proximidad a la capital y al aeropuerto. En 1990, de los 138 hoteles quedaron abiertos en temporada baja más de 90. Este año sólo siguen en activo durante el invierno una veintena. Eso quiere decir que poco a poco se está perdiendo competitividad. No es rentable abrir durante estos meses porque el precio que se cobra es el mínimo de los mínimos, y si no se da remedio a este problema se va a seguir comiendo parte de la temporada alta, y en lugar de mantener la actividad durante seis meses al año, nos podemos encontrar con que ésta se reduce a tres o cuatro. Y lo grave es que en muchas ocasiones este cambio es de no retorno.

–Vamos a ver qué papel ha jugado cada uno. Empecemos por los propios hoteleros. Desde su sector salieron muchas voces cuestionando el objetivo de Margarita Nájera de reducir a la mitad las plazas de alojamiento y de elevar su categoría hasta las cuatro estrellas.

–Nájera tenía parte de razón, pero el enfoque equivocado estaba en el número. Pasar de casi 40.000 plazas a 20.000 es una apuesta arriesgada, incluso en algo sobre lo que no recapacitamos en su momento. Reducir esa cifra de camas supone recortar también el número de plazas de avión a unos niveles que pueden poner en peligro la existencia de conexiones con los mercados emisores. Los hoteleros reconocemos que hay un exceso de oferta, pero no del 50%.

–¿Puede cuantificarlo?

–Pienso que se mueve en torno al 20%. En ese punto, creo que no hubiera habido problemas con Margarita Nájera. Lo de ser todos de cuatro estrellas también es discutible, porque hay hoteles de tres con un mercado consolidado, con un precio adecuado, y que están dando incluso mejor servicio que otros de categoría superior. En estos casos no veo la necesidad de que estos establecimientos tengan que desaparecer.

–¿No hay ninguna responsabilidad del sector en la paralización del plan?

–Considero que aquí hemos sido hipócritas todos. Cuando se habló de poner edificios fuera de circulación se puso el grito en el cielo, pero todos sabemos que en los últimos años ha habido particulares que han vendido sus viviendas y sus hoteles y no se ha caído ningún anillo. En realidad, el problema está en el precio y lo que se quería evitar era la expropiación.

–¿Ha existido un pecado de avaricia?

–Completamente de acuerdo. El fariseismo de muchas actuaciones siempre es criticable. Para hacer lo que Nájera pretendía, sólo había dos opciones. La primera es estar en un país totalitario en el que el gobernante de turno impone lo que quiere. La segunda era tener un saco dinero, que es lo que pasó en la Expo de Sevilla o en los juegos olímpicos de Barcelona, con el talonario a punto.

–¿Qué protagonismo han tenido los vecinos?

–Ha sido determinante. Pero más que ellos, lo fundamental ha sido la fecha, con una exposición pública seis meses antes de unas elecciones municipales y autonómicas. Cuando ellos pusieron el grito en el cielo, sabiendo el impacto electoral que puede tener en Palma y Llucmajor, en el Consell y en el Govern, se vio claro el final que ésto iba a tener. En el momento en que el president Francesc Antich les dijo a los vecinos de Can Pastilla que no se iba a tocar una casa, yo supe con absoluta certeza que el plan se retiraría. Sin entrar a debatir si tienen más o menos razón.

–¿Antich quedó escarmentado del coste que supone tomar medidas impopulares antes de unas elecciones con la ecotasa?

–Estoy convencido de ello. No ha querido arriesgar una decisión política discutible pero necesaria, porque nadie duda de que la zona necesita una reconversión.

–¿Los partidos políticos han estado a la altura?

–Hemos hablado con todos. Con Josep

Melià (UM), José María Rodríguez (PP), con el alcalde de Llucmajor, Juan Jaume (PP)... Con la única que no hemos hablado ha sido con la alcaldesa de Palma, Aina Calvo (PSOE), porque ha estado como ausente en este tema. Y a todos se les dijo que el objetivo era una reforma turística y no urbanística, que se recogieran las alegaciones razonables y que se aprobara el plan antes de las elecciones. Pero no interesaba ni a unos ni a otros que sucediera así.

–¿Ha existido cobardía por parte de los que gobiernan y oportunismo por parte de la oposición a la hora de adoptar su postura, a la vista de la proximidad de unos comicios?

–Naturalmente que sí. Esa cobardía y ese oportunismo se han dado porque todo se ha mirado bajo el prisma político. Y encima nos quieren vender que en realidad ha sido por cuestiones de interés general.

–¿Que lugar ocupa en todo este tablero la figura de Margarita Nájera?

–Tiene muchos defectos, pero también algunas virtudes, y entre estas últimas está su capacidad para conseguir fondos públicos. Toda la aportación económica que se ha conseguido ha sido mérito suyo. Las Administraciones locales no han soltado un euro prácticamente, y se ha hecho un importante trabajo con la Secretaría de Estado de Turismo. Nájera ha tenido la capacidad de reunir la inversión necesaria. Pongo en duda que después de mayo, según sea el resultado electoral, eso siga siendo así. Y lo primero que me gustaría saber es si la apoya su propio partido (en referencia al PSOE).

–Ahora la mayoría de las instituciones vinculadas a la rehabilitación de la Platja de Palma son del mismo color político. ¿Un posible cambio tras las elecciones puede hacer aún más difícil el desarrollo de este proyecto?

–Yo estoy muy desanimado. Pienso que esto se va al traste. Probablemente el Consorcio seguirá, pero será lo mismo que hemos tenido los últimos siete años, es decir, reuniones, propuestas, proyectos, concursos... pero nada de inversión real.

–La presidenta del Consell de Mallorca, Francina Armengol, ha cuestionado esta misma semana el plan de rehabilitación, bajo el argumento de que no reflejaba la identidad de Mallorca.

–Armengol tuvo la posibilidad de conocer el plan previamente. Ha habido juntas rectoras durante todo este tiempo. ¿De qué hablaban? ¿De los fichajes del Real Madrid? Que lo hubiera dicho antes. Es cierto que el proyecto, así como estaba planteado, probablemente era excesivo. Pero adaptándolo a las posibilidades reales, era interesante.

–Y esta paralización en la rehabilitación se produce después de que el presidente del Consejo Superior de Cámaras, Javier Gómez Navarro, calificara la Platja de Palma de "basura".

–Supongo que hizo esa manifestación de buena fe, pero si su intención era levantar conciencias para conseguir su mejora, no era necesario hablar así. Los que vivimos y trabajamos en esta zona conocemos perfectamente sus defectos y sus virtudes. La realidad es que ofendió, y bastante. Yo he estado en otros lugares de Canarias o de la Costa del Sol que no tienen tantas diferencias, pero nosotros todavía mantenemos ocupaciones que ya quisieran tener ellos.

–Los hoteleros del conjunto de las islas accedieron a unos créditos subvencionados para reformar sus establecimientos. Pero una gran parte de esas inversiones comprometidas no se han ejecutado y el plazo está a punto de acabar.

–El dinero está en el banco y habrá que devolverlo. Sin ir mas lejos, yo tengo uno de esos créditos, y ni lo he tocado. Puede que algunos lo hayan utilizado para pagar algún apuro puntual, pero también tendrá que retornarlo.

–La necesidad de recortar su déficit ha dejado a las Administraciones fuera de juego a la hora de afrontar inversión pública. Y el sector privado sigue parapetado. ¿Quién debe liderar el proceso de mejora de la oferta balear?

–En este momento y tal como está montado el sistema, si no lo hace la iniciativa privada, difícilmente se hará nada. Cada día tenemos un susto sobre el posible rescate financiero de algún país europeo. Y siendo Mallorca un producto turístico, se han ejecutado proyectos en la isla que te dejan boquiabierto. Metros a la Universitat, Palma Arena, estamos empeñados en traer un tranvía, todos los Ayuntamientos tienen su polideportivo y su piscina municipal... Y te preguntas si todo eso es imprescindible.

–Alguna de las iniciativas que cita se vincula a casos de corrupción política.

–A mí ya me hubiera ido bien que hubiera habido esa corrupción en la Platja de Palma si me la dejan como un cromo (ríe).

–Se acusa al sector de estar aplicando una política de precios bajos insostenible para el conjunto de la economía de las islas.

–En mi opinión puramente personal, hay veces en que ponernos nerviosos en el mes de mayo porque las reservas para el verano son escasas, y lanzar ofertas para lo que resta de temporada, sólo sirve para tener overbooking en determinadas puntas que se hubieran llenado igualmente sin bajar los precios. Hay una frase de un famoso hotelero que decía que es mejor una cama regalada que tenerla vacía por el gasto que hacía el turista en el entorno. Eso ya no es así, porque el gasto turístico cada vez es más bajo y regalar la cama es regalarlo todo.

–¿Lo del turismo de calidad es una utopía en Mallorca?

–Hay muchos empresarios isleños con ganas de mejorar sus establecimientos, aunque ahora los proyectos estén parados. Pero tengo dudas de que los grandes tour operadores estén por la labor de mejorar la categoría de sus clientes. He llegado a la conclusión de que lo que les interesa es el número de personas que mueven y no su nivel económico. Y el problema es que cuando una cosa se deteriora y no se adoptan medidas, va a más. Así que corremos el riesgo de acabar con visitantes a ocho euros la noche por dormir. Y es lo que hay que evitar.

–¿Están satisfechos de la promoción que se hace? ¿Tan efectiva es la contratación de Michael Douglas o Rafa Nadal?

–En esta materia hemos tenido dos fracasos enormes. El primero ha sido la desestacionalización, donde hemos perdido la batalla porque no se ha hecho lo que se tenía que hacer. Y el segundo ha sido no saber aprovechar las puntas de la demanda para hacer promoción previa. Ir a ferias y hacernos cuatro fotos no ha dado los resultados previstos. No aprovechamos los puentes festivos, porque quince días antes deberíamos hacer alguna campaña nacional para atraer la clientela a la isla. En Semana Santa sucede lo mismo. Y la imagen de un tenista no sirve para esto, porque más de la mitad de los aficionados que tiene este deporte no vendrán a Mallorca jamás. Lo mismo es aplicable a Michael Douglas. Las campañas deberían servir para conseguir objetivos inmediatos y debería destacarse lo que podemos ofrecer a los visitantes. La inversión que supone la contratación de famosos es excesiva para los resultados que obtenemos.

–¿Cómo ve el futuro de la isla como destino turístico?

–No desapareceremos como destino turístico, de eso estoy convencido, pero dudo mucho que se sostenga como lo hemos conocido hasta ahora. En 15 o 20 años veo menos hoteles, menos turistas y menos riqueza.