No hay que darle mucho al alpiste para saber que las peores resacas se curan con alcohol. Y no recuerda el mundo una resaca peor que la de septiembre de 2008, cuando el desplome de un gigante con pies de barro (el banco estadounidense Lehman Brothers) metió a todo el planeta en el fango. Borrachos de éxito, los grandes bancos perdieron pie. Primero titubearon. Después confesaron que sus balances estaban hechos con la mirada turbia de quien ve doble. Y al final, como buenos borrachos, empezaron a divagar: jaleados por los halcones del ultraliberalismo americano, la banca insistió en que los mercados arreglarían lo que los mercados habían destrozado.

Pero no fue así, y un mes después del estallido de la mayor crisis financiera desde el crack de 1929, una cumbre de líderes políticos mundiales dejó claro que la reinvención del sistema no iba a ser cosa de dos cafés. La resaca iba a durar, dijeron. Y en eso fue en lo único que acertaron: la resaca aún dura. Y parece cada día más dolorosa. Así lo cree el director general de Caixa Rural Balears, Antoni de Parellada, financiero veterano de ojo crítico que confiesa que la borrachera del principio del siglo XXI aún dará muchas jaquecas. "El sistema no funciona y cada vez es peor: las perspectivas son muy complicadas", advertía ayer en foro de la Facultad de Economía de la UIB que reunió a lo más granado de las finanzas mallorquinas. Allí, acompañado por los directores generales de Sa Nostra y Caixa Colonya y el director de Banca Privada de La Caixa, Parellada ofreció un diagnóstico de la situación que explica por qué su caja buscó refugio en una fusión pese a que unos balances ejemplares, apuntalados en años de comportamiento prudente, no lo exigían. "Parece que todo lo que puede empeorar empeorará (...). Estábamos bien, pero es mejor buscar novia estando bien que cuando vas mal", apuntaba juicioso, consciente sin duda de que quien no actúo con previsión está condenado a seguir un tiempo con los pies en el fango.

Es el caso de buena parte de la banca europea y americana, que cayó en 2008 y no se ha acabado de levantar, pese a intentar curar su resaca con recetas que se vendieron como milagrosas y no lo fueron. Empezaron cambiando la borrachera por una abstemia que enfermó a toda la economía, ahogada por una falta de crédito sin precedentes. Después se acodaron en la barra libre de los estados, titubeantes en una borrachera ajena que acabó siendo propia. Y una vez digeridas las inyecciones públicas de capital que los gobiernos sirvieron en jarra grande, los bancos y, sobre todo, las cajas se preparan para combatir de nuevo fuego con llamas. "Se avecina una borrachera de emisiones de deuda", proclamaba esta semana el director de la Confederación de Cajas de Ahorro, José Antonio Olavarrieta, que venía a decir que la resaca no ha acabado.

Ni acabará pronto: las cajas españolas siguen necesitando recursos. Muchos recursos. Según la consultora PricewaterhouseCoopers, tendrán que captar 40.000 millones de euros para cumplir las nuevas normas financieras internacionales, aquilatadas desde hace mes y medio en torno al marco normativo de Basilea III. El acuerdo exige a las cajas un rigor al que hace años que no están acostumbradas. Deberán ser más solventes y más eficientes. Concretamente, el doble de solventes, algo difícil de lograr en un contexto financiero como el balear, descrito de forma certera ayer por el director general de Sa Nostra, Pau Dols: "Por cada euro en depósitos de clientes en Balears hay 2,28 en créditos".

De ahí las prisas. Y la más que previsible "borrachera de emisiones". Y la creciente guerra por los depósitos de clientes. Y la apuesta casi unánime por las fusiones en torno a Sistemas Institucionales de Protección (SIP o fusión fría), que ayudarán a las cajas a levantarse de la borrachera del pasado apoyándose unas en otras. Esa es la vía de Sa Nostra, aliada en un SIP con Cajamurcia, CajaGranada y Penedès, un grupo que concentrará la mitad de los beneficios de los cuatro socios en Mare Nostrum, el banco que las une en una fusión fría que será muy caliente. Así se lo dijeron los directivos del Banco de España a Sa Nostra cuando se empezó a hablar de SIPs y fusiones frías. "Nos dejaron claro que el SIP era un matrimonio franquista: indisoluble", comentaba ayer Dols, haciendo público un secreto a voces: las fusiones de cajas de hoy son los bancos de mañana.

Cajas con piel de banco

Porque esa es la última receta para acabar con la borrachera. Está formulada en una reforma del régimen de cajas (Real Decreto 11/2010) que aleja a las instituciones de la vocación de servicio con la que nacieron hace 200 años, para convertirlas en entidades con menos presencia pública en los órganos de gobierno y más espacio para la participación de socios privados con derechos similares a los que detenta un accionista de banco. El futuro de un sistema ahogado en excesos pasa así por la severidad de una reforma que expulsará de los órganos de dirección a quienes no acrediten conocimientos y experiencia financiera, una forma suave de echar a los muchos representantes sociales y políticos que hoy pueblan las asambleas generales y los consejos de administración. "Las cajas mantendremos nuestra esencia en la obra social, que el año pasado supuso 2.120 millones de inversión, gran parte de ellos en actividad asistencial, pero tendremos una estructura más profesionalizada", resume Biel Bauzá, director general de Caixa Colonya, la más pequeña de las 17 cajas que quedan en el sistema, que afronta el futuro desde su sede de Pollença sin intención alguna de fusionarse. La prudencia del pasado también les permite eludir las fusiones que desligarán de sus territorios de referencia a la mayor parte de las cajas españolas.

¿Y que deparará el futuro? Pues una batalla encarnizada por los clientes, como explica Biel Mir, director de Banca Privada de La Caixa. "Los depósitos de clientes y el capital ganarán peso en detrimento de la financiación a través de mercados mayoristas". Es decir, para acabar con la borrachera, receta franquista: matrimonios indisolubles entre cajas, vuelta a los orígenes a través de la captación de depósitos e incorporación del dinero de quienes lo tienen, accionistas privados que pasaran a controlar hasta el 50% de unas cajas con piel de banco, huesos de banco y alma de bancos. ¿Qué son?