La Audiencia de Palma ahonda su intensa labor pedagógica. Las instancias judiciales sucumben con frecuencia a la tentación de actuar de espaldas a la sociedad. Verbigracia, el Tribunal Superior de Balears que, así en lo penal como en lo contencioso, podría estar radicado en Singapur. De hecho, el Supremo lo ha alanceado con dureza –caso Son Espases– por pronunciarse a espaldas del territorio en el que actúa.

Por contra, la Audiencia ha abierto una tradición de representación de la ciudadanía, a la que ilustra con interpretaciones judiciales que compatibilizan las garantías del reo –derecho de defensa– con el pálpito social –la gravedad de los hechos enjuiciados–. Esta actuación, con el antecedente próximo del auto contra la hipócrita personación del PP, se acentúa en unas cintas donde los imputados y su abogado se entrenaban para atribuir el piso de Madrid a Reus en vez de a Matas, o donde el ex president porfía por la intercesión del fiscal jefe, o donde su esposa relata sus curiosos contactos con testigos clave, o donde se mide la profundidad del entramado.

Los autos contra el entorpecimiento de la instrucción se suceden para desesperación del PP, acostumbrado a ser amo y señor de los vericuetos judiciales. Los populares amenazan con querellas a cualquiera que se atreva a investigarlos, y Matas se empeña en negar la evidencia. Ante esa táctica, ha habido que acumular evidencias como las cintas en disputa. No evitarán las mentiras de altos cargos comprometidos con el respeto a la verdad pero los dejarán, de nuevo, en evidencia.

El acatamiento de lo real como irreversible no debe nublar la perspectiva de que, en otro tiempo y otras instancias, cada petición lacrimógena de los acusados de una corrupción confesada en parte –el fraude masivo de Matas a Hacienda– hubiera bastado para liberarlos. Para consuelo del PP, y como dijo la Santa Teresa reivindicada estos días por Ratzinger, "se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas”.