Pocas personas lo saben, pero Hogwarts, la escuela de Harry Potter, tiene una delegación en Palma. Está en la barriada de Son Gotleu, en el colegio Gabriel Vallseca, donde la asignatura de matemáticas se llama ´formulas mágicas´y donde los alumnos acaban el curso con una varita mágica en el bolsillo y un diploma que les acredita como magos. Esta fantástica transformación, aplicada especialmente en 5º y 6º de Primaria, ha hecho su efecto y este proyecto está logrando su objetivo principal: motivar a los alumnos.

Enseñar en el Vallseca es todo un reto. En este centro se juntan alumnos de 109 nacionalidades diferentes, muchos procedentes de familias con pocos recursos y con la tentación del absentismo escolar demasiado cerca. La motivación es el primer paso para empezar a trabajar todo lo demás, pero ¿cómo motivar a niños de procedencias, niveles educativos y culturas tan diferentes? ¿Qué les gusta absolutamente a todos los niños? ¿Cuál es la piedra filosofal?

"Jugar", responde la directora, Asun Gallardo: "Es el mejor punto de partida, porque en el juego aprenden roles, desarrollan su personalidad y también interiorizan contenidos". El ´romance´ entre esta joven directora y Harry Potter empezó hace nueve años. Por aquel entonces enseñaba (o lo intentaba) en una escuela de un barrio conflictivo de Valencia. "Era imposible, todo les daba igual". Un día llegó al final de su casi infinita paciencia y decidió, en lugar de luchar, ponerse a leer el primer libro de la saga escrita por J.K. Rowling.

"¿Qué estás leyendo?", le acabó preguntando uno. Se lo estaba explicando cuando vio que los demás empezaban a interesarse. Al final se improvisó un pequeño club de lectura. Al día siguiente los chavales le preguntaron con ganas: "¿Hoy no vamos a leer?". Ahí lo vio claro: Harry Potter era su salvación.

Al año siguiente llegó al Vallseca. Y decidió continuar aplicando en su clase de 6º de Primaria lo que tan bien le había ido en Valencia. Y volvió a funcionar. La idea es un macro juego de recompensa. Los chavales van subiendo de niveles y cada vez el grado de exigencia es más alto (y los privilegios que se obtienen también). A principio de curso se les explica que hay cuatro casas, como las del libro: Slytherin, Ravenclaw, Huflepuff y Gryffindor. Todos empiezan en Slytherin. Reciben sus correspondientes escudos identificativos y si quieren ir evolucionando y pasando de casa, tienen que cumplir una serie de normas.

Así, para pasar de Slytherin a Ravenclaw, deben ser "amables y encantadores", "silenciosos" y "aprender una cosa nueva cada día". Antes de las vacaciones de Navidad se celebra el Primer Congreso de Hogwarts. Los profesores, disfrazados de brujos, reúnen a la clase y van analizando alumno por alumno si ha cumplido los objetivos y se merece cambiar de casa. "Se lo toman súper en serio, y además son muy honrados y autocríticos y algunos incluso dicen que no se merecen cambiar de casa", explica Gallardo, "pero los otros intervienen y le defienden, por que ahora están todos más unidos".

La magia afecta hasta el nombre de las asignaturas. Informática se transforma en ´adivinación´ (el ordenador es la bola de cristal), Conocimiento del Medio pasa a ser ´herbología y pociones´ (donde se hacen fantásticos experimentos) y en Educación Física se sustituye el fútbol por una versión terrestre del quiddish, el juego sobre escobas voladoras en el que Potter es un auténtico maestro. No todos pueden ir a estas relecturas de las materias, también es un privilegio que debe ganarse con esfuerzo y buen comportamiento. Ahí va una ración de educación emocional, "pura y dura", aderezada con "varios contenidos".

Los años han demostrado que el sistema funciona, tal y cómo explicó su creadora en el reciente Congreso sobre la Convivencia y la Participación del Entorno Educativo. Han bajado las tasas de absentismo hasta casi desaparecer y ha mejorado la convivencia y el rendimiento académico. Incluso ex alumnos y familias aún se acercan por el Vallseca para dar las gracias. Lady Johana Cuzzi ahora está en 4º de ESO. Cuando estaba en 5º y le plantearon la idea le pareció "una tontería". Ahora recuerda que fue algo "muy divertido", que aprendió mucho y que acabó "teniendo ganas de ir al colegio todos los días". ¿Sigue aplicando los valores que aprendió? "A veces no", reconoce, "pero ahora me doy cuenta si no lo hago bien".

"Las clases no eran tan repetitivas", dice Santiago Rodríguez, otro antiguo alumno, "era divertido y conseguíamos buenos amigos". Él fue uno de los ganadores del Torneo de los Tres Magos y hoy, también en 4º de ESO, aún recuerda el suspense y alguna de las pruebas que tuvo que superar. Han pasado ya muchos cursos pero hay otra cosa del espíritu del mago que aún vive en él: el gusto por la lectura. Y es que en el centro Gabriel Vallseca, por supuesto, existe la biblioteca Potter, donde están todos los libros de la saga y otros relacionados. Y todos los alumnos que participaron acaban leyéndose, de motu propio, todos los ejemplares.

Tanto Santiago como Lady interiorizaron todas las normas y aprendizajes y llegaron a la mejor de las casas: Gryffindor. Uno de los mejores privilegios que obtuvieron fue el de la autonomía. Y es que como alumnos de Gryffindor podían por ejemplo, manejar y distribuirse ellos solos los deberes. Si veían por ejemplo que de una materia iban muy bien y preferían no hacer los ejercicios y trabajar en otra cosa, podían hacerlo. Les dieron autonomía y ellos respondieron con responsabilidad. Los habitantes de Gryffindor llegan a tener un aura especial entre el resto de alumnos. Incluso si hay una pelea en el recreo, los chavales acuden directamente a ellos para que medien.

"Absolutamente todos los niños tienen ganas de aprender", apunta rotunda Gallardo, "pero lo que se les presenta no les interesa, hay que cambiar". Para eso hace falta que los profesores se ilusionen, "porque la ilusión se contagia a los niños". La pasión por enseñar efectivamente se transmite como un virus, incluso de curso a curso. Y es que aunque todo empezó centrado en los más mayores, algunos profesores de Infantil también quisieron que sus pequeños se beneficiaran del sistema del aprendiz de mago. Marga Salas, responsable de los niños de cinco años, aplica el juego de una manera más simple. "Cuando un niño logra muchos gomets [pegatina que señala que se han portado bien] los llevamos a la habitación mágica, una sala toda decorada y con disfraces y juegos que los niños acaban creyendo que es un auténtico mundo maravilloso". Así los más pequeños también mejoran sus comportamiento, están más tranquilos y empiezan a interiorizar el concepto de responsabilidad.

Francisca Sánchez, tutora, ni siquiera sabía quien era Harry Potter cuando Asun Gallardo empezó su pequeña revolución pedagógica. Y acabó involucrada hasta las cejas porque "la idea es muy buena". Puede que al principio dé pereza, pero una vez implantado el sistema "funciona, rueda y consigues cosas". Involucrarse implica no sólo leerse todos los libros de Rowling, si no también "trabajar confeccionado el material, incluso los fines de semana". Disfraces, decoración, medallas... hasta la pelota del quiddish se hace a mano. Gallardo confirma el esfuerzo: "Un día acabamos a las cinco de la mañana de hacer las plumas y los tinteros que repartimos a final de curso, luego nos tomamos un café y vinimos a dar clase". Elena Parets, tutora de 5º, reconoce que es mucho trabajo pero habla con devoción de estos proyectos por que "vale la pena las horas que echas al ver que los niños lo desean tanto y que se consiguen cosas".

Al hablar de la educación balear se hace referencia siempre al fracaso escolar, a lo terriblemente mal que va todo. Pero si este proyecto no es una prueba de que con imaginación y ganas las cosas pueden mejorarse, que baje Dumbledore y lo vea.