Pedro Meaurio Juanmartiñena (San Sebastián, 1940) ha perdido el placer de volar. "Es muy incómodo", resume el primer director civil de Son Sant Joan. Confesar los inconvenientes del avión debe resultar un poco embarazoso si has dirigido durante veinte años, de 1979 a 1999, un aeropuerto que ha cumplido este año su cincuenta aniversario. Jubilado pero "el mejor chef de mi mujer", Meaurio pasó ayer revista a sus dos décadas al frente de aquella bestia que domó y transformó en lo que es hoy. "Si de algo me siento orgulloso es de ser un buen gestor del caos", explica horas antes de pronunciar una conferencia en lo que fue su castillo.

Meaurio llegó a Palma por casualidad. Al terminar su carrera de ingeniero aeronáutico en 1965, encontró trabajo al lado de casa, en Fuenterrabía. Pasó 17 años encargado del mantenimiento de este aeródromo y de tres más –Santander, Pamplona y Torralba de Aragón–. En aquella época los militares dominaban el aire. Pero con la transición, los uniformados entregaron las riendas. Las instalaciones aeronáuticas pasaron a manos del ministerio de Transporte. "Como veterano, me encargaron el aeropuerto de Palma. Sustituí al último coronel al mando, Eustaquio Alonso, un magnífico organizador. Era un momento agobiante, no cabía más gente. En el año 79 ya recibíamos ocho millones de pasajeros. En comparación, debíamos tener la mayor tasa de viajeros por trabajador del mundo. La terminal ´A´ se empleaba todo el año y la ´B´ sólo en verano para los vuelos chárter", rememora.

En cierta medida, la ampliación de Son Sant Joan es mérito del fútbol. No había un proyecto específico para adecuar las instalaciones. Y para colmo, existía otro problema. "En el año 1982 Mallorca pasó del mundial de fútbol. No se hizo nada por acoger una de las sedes, así que era imposible pedir dinero", relata. El Gobierno central concentró las inversiones en las 14 ciudades donde se disputaron los partidos. "A falta de millones, optamos por la remodelación de la terminal ´A´. Con el fin de ganar espacio para los pasajeros, quitamos el bar y sacamos de allí los departamentos de administración, incluido mi despacho grandioso, del que nunca me olvidaré. Con eso, respiramos un poco". El segundo paso se produjo con la reforma de la terminal ´B´. Resultó trascendental. Supuso un cambio sociológico. "Usamos los dos edificios para lo mismo y mezclamos los tráficos nacionales e internacionales. En ese momento, el pasajero mallorquín descubrió que había turistas y, también, follones en la ´B´. Antes no los veía porque la terminal se dedicaba exclusivamente a los vuelos chárter. El día que juntamos a veraneantes y mallorquines, estos últimos descubrieron que el asunto iba en serio. No se buscó ese efecto pero se consiguió el objetivo. Tomaron conciencia de que no se podía seguir así y presionaron para obtener dinero del Gobierno", evoca. "En 1992 desenterramos un documento marco del año 1964 sobre lo que debía ser Son Sant Joan. La adjudicación del proyecto recayó en Eduardo Navarro, Inditec y Pere Nicolau Bover. Conseguimos el dinero gracias a la Unión Europea, que nos regaló el 80% de la inversión, 20.500 millones de pesetas. Me pasé meses en Bruselas llorando y no me fue mal. A través de Antonio Tarabini, encontré un italiano que se dedicaba a ayudar a la gente", sintetiza . Gracias a la aportación comunitaria, la amortización de las obras ha sido "baja". No generó deuda y "la cuenta de resultados de Son Sant Joan es brillante", explica.

Pero hasta que se inauguraron las instalaciones en 1999, Meaurio, sus empleados y los pasajeros padecieron numerosas penalidades. "Inventamos muchas cosas. Trajimos de Alicante una carpa abandonada que se había empleado como terminal de carga provisional. Allí se facturaban los vuelos chárter. Los viajeros se marchaba de allí al avión, sin pasar por zonas comerciales ni nada. Luego construimos un edificio transitorio de dos pisos para poner más mostradores de facturación. Al final, teníamos dos carpas, un módulo provisional y las terminales ´A´ y ´B´, además de muchas críticas".

En aquella época Pedro Meaurio agrandó sus espaldas para aguantar los sacos de reproches. "Nos llamaban de todo a través de la prensa. Fue la época que más escuché la palabra caos". De ahí que se sienta un buen gestor del caos y añore la manera en la que se volaba. "Las cosas eran más fáciles. La empleada que atendía al pasajero le recortaba el cupón y no le preguntaba nada más. Se tardaba veinte segundos en facturar a cada pasajero. Te olvidabas de los controles", recuerda con nostalgia. "Ahora todo se ha vuelto lento e incómodo porque se gestiona un vuelo a la península como si fuera transoceánico. Luego, la seguridad, es una locura. He visto cómo obligan a quitar los zapatos a las señoras, las pinzas de depilarse, en fin, barbaridades. Sin embargo, todavía no he asistido a la detención de alguien. Son medidas que no se aplican al transporte marítimo. En el puerto de Palma puedo montar con un camión con 500 kilos de explosivos y nadie dice nada", lamenta.

Esto lo cuenta quien toreó el secuestro de un avión de Air Algerie por tres ciudadanos argelinos, el 14 de noviembre de 1994. De aquellas diez horas de tensión, Meaurio recuerda el proceso "antiguo", "enorme" e "ineficaz" donde intervenían el delegado del Gobierno, el comandante de la Guardia Civil y el responsable del Ejército del Aire en Balears, entre muchas personas más. "Las interferencias eran continuas. Tuvimos que cambiar de sala porque estaba intoxicada. Allí entraba todo el mundo", reseña. "Conseguimos aislar el avión del resto de aeronaves. Amenazaron con hacer estallar una bomba que luego fue un molinillo de café en una caja de zapatos", rememora. La negociación, dice, la manejó un controlador que se defendía en francés. También intervino una periodista de este diario a petición de los secuestradores. "La única preocupación de los chavales metidos a piratas aéreos era salir de Argelia", explica. Meaurio se acercó en mangas de camisa y sin policías al avión donde comprobó la inocuidad de los raptores, tan atemorizados como sus víctimas. Aquello quedó en un mal trago, llamativo, eso sí, pero no más que las huelgas de controladores franceses, taxistas o autobuseros.

Por cierto, los controladores españoles, ¿son los niños mimados de los aeropuertos o la cabeza de turco del Gobierno? Meaurio arrincona el pasado y habla del presente. "Gozan de una situación de privilegio. Hacen una buena labor pero ganaban tres veces más que el director del aeropuerto. No es lógico. El problema de los controladores españoles se gestó en Mallorca, cuando uno de ellos venció un pleito a Aeropuertos Nacionales (antecesor de Aena). Son los que mandan para envidia de los que estamos ahí. Han sabido escalonarse en sus peticiones. Por ejemplo, un conflicto en Sevilla produce una mejora para toda España, y así sucesivamente. Nunca han necesitado recurrir a una huelga abierta", analiza.

Sobre la gestión de los aeropuertos españoles, el ex director de Son Sant Joan se explaya. "No es mala pero se ha centralizado excesivamente. Todas las cuentas de los aeropuertos aparecen mezcladas. La caja común suena muy bien pero constituye un caso único en Europa. La solidaridad bien entendida es buenísima, pero en estos términos resulta absurda. Que yo tenga que pagar el coche del director del aeropuerto de A Coruña, que se ha comprado un vehículo más grande que el mío, carece de sentido. El problema no reside en que Castilla y León, por ejemplo, disponga de cuatro aeropuertos, sino en sus terminales tan grandes, costosas y complejas, llenas de mármol y con grandes prestaciones. Tenían que ser como un supermercado Lidl o Alcampo, muy industriales y construidas con muy poco dinero pero sin ser vejatorias para los pasajeros", resalta.

Sobre las tasas aeroportuarias que Aena cobra a las compañías aéreas por emplear sus instalaciones, Meaurio insiste en un proceso descentralizado y ajustado a la normativa europea. "Usted cobre por lo que le cuesta manejar el aeropuerto. Tanto por pasajero, tanto por aterrizaje y no hay más. No me cuente que van hacer una obra en Sevilla", acota. No obstante, el director más longevo de Son Sant Joan sale al paso del discurso de las aerolíneas. "España tiene las tasas más baratas de Europa y con gran diferencia. No es mérito nuestro; no empleamos máquinas quitanieve ni descongelador de aviones. Además, no repercuten casi nada en el precio del billete. Es una cosa que se dice y que a base de repetirlas la gente se lo cree. También es cierto que podrían ser más baratas".

Meaurio defiende la intervención en la vigilancia de las cuentas y la planificación aeroportuaria de las autoridades locales, el sector turístico y, en definitiva, los colectivos más afectados por el transporte aéreo. Pero duda de la cogestión, una palabra muy manida en los últimos tiempos. No si eso significa colocar a gente a dedo o gestionar las inversiones de Aena para "forrarse". El donostiarra habla claro. Tan nítido como cuando afirma que no está muy de acuerdo con la reforma de Son Sant Joan en 1999. Demasiado desparramado para su gusto. El prefería unas terminales concentradas y con autobuses para trasladar a los viajeros, sin andar tanto. "Pero en aquel momento no podía luchar contra el proyecto. No había más remedio que seguir con él". Eso o el caos.