Navidad de 1977. Con la democracia en ciernes, un empresario de postín en horas bajas empaqueta sus cosas y sale corriendo. Hace solo una maleta y la llena de billetes. Catorce millones de pesetas en billetes. Una fortuna en 1977. Coge el dinero y corre. Escapa de la Mallorca que le vio crecer. A la que tanto hizo crecer. Huye a Argentina, en la única fuga que había protagonizado hasta ayer. La única vez que el hombre que siempre se levantaba, el empresario irredento, el emprendedor por antonomasia e insistencia, había vuelto la espalda al destino. "Me puse nervioso. Confieso que hice mal y pido perdón", explicaba tres años después el propio Francisco Lavao López (Tetuán, 1942-Mallorca-2010), que volvió a ser él mismo cuando hizo lo que mejor sabía: plantar cara al destino. Y levantarse para pelear. Lo hizo ese día de noviembre de 1980, el de la confesión ante el juez que logró su extradición para el juicio por quiebra ilícita en el que acabó la primera gran aventura en los negocios del emprendedor irrepetible: la cadena de supermercados COP. La crisis petrolera de 1974 le hizo besar la lona tras años de expansión atrevida basada en los valores que dirigieron su vida: el trabajo y el arrojo. Había empezado joven, a los 21, cuando un primo le despertó del sueño hollywoodiense que le vistió de actor para interpretar en los sesenta pequeños papeles en superproducciones como El Cid o La caída del Imperio Romano y en películas míticas como El Verdugo, de Berlanga. Ahí se acabó su recién estrenada historia con los flashes del celuloide y sus estrellas, a los que renunció para recorrer la que desde entonces fue siempre su senda: la del dinero y los negocios, que le alejó de la misma tradición militar familiar que en 1952 le hizo aterrizar en Mallorca para vivir en Son Bonet con un tío aviador.

Mallorquín de adopción y corazón

Tenía 10 años y desde entonces hasta ayer hizo gala de mallorquinidad militante. "Lo decía siempre. Quería mucho a Mallorca. Muchas familias se han hecho ricas gracias a él. Fruteros, comerciantes, pequeños empresarios... Era un dios", relata su gran amigo Tolo Güell, que aún recuerda cómo, tras pisar la cárcel, se levantó de inmediato para gestar su gran triunfo: la cadena del pelicano, los supermercados SYP (Servicio y Precio), el negocio por el que Mallorca aún le aplaude, el que mejor describe al tenaz Lavao. "Era un empresario un poco a la americana, uno de esos hombres hechos a sí mismos que se arruinan totalmente y se hacen millonarios varias veces", le elogia Joan Fageda, que como alcalde de Palma viajó en 1993 con una nutrida comitiva a inaugurar un supermercado de Lavao en Praga.

"En Praga también nos dimos una buena", cuenta entre la sonrisa telefónica y la lágrima incontenible Tolo Güell, entonces jefe de prensa de SYP y siempre amigo del alma de Lavao: "Él era así. Entraba a matar siempre. Nos fuimos a Chequia a invertir cuando allí no tenían ni para comprar una pipa", abunda nostálgico, destacando una vez más el rasgo que más distinguía al hombre al que no se cansa de llamar "dios": "Era, sobre todo, un valiente. Cuando huyó supo reconocer su error y levantar la cabeza. Lo vi hace cinco días. Estaba bien de salud. Él se cuidaba mucho. Pero las cosas en la empresa iban mal. Estoy seguro de que es eso lo que ha acabado con él, porque lo hacía todo intensamente. Podría haberse retirado con la burrada de dinero de la venta de SYP [a Eroski, en 1997] pero eso no era para él. Se metió otra vez a matar".

Y entró otra vez a matar

Y fundó el grupo Ávalo (ya en 1999), un holding ambicioso cimentado en torno al ladrillo y alicatado con empresas dedicadas a servicios de lujo como balnearios, complejos deportivos y viajes en helicóptero: malos cimientos en la España de la burbuja inmobiliaria, a cuya conquista se lanzó Lavao con promociones en Mallorca, Eivissa, Cádiz y, sobre todo, en la entonces efervescente Costa del Sol (Estepona, Fuengirola, Benalmádena), donde el grupo acumula hoy suelo para levantar más de 4.000 viviendas. Pero hoy las viviendas no dan. Y el suelo, menos.

Así que Francisco Lavao volvió a besar la lona. Esta vez para no levantarse. El hombre que se despertaba cada día a las tres de la mañana para correr por el Marítimo no pudo dar un paso más. Al deportista que practicó balonmano, atletismo y culturismo, que amó el ciclismo y empeñó su fortuna en traer la élite del baloncesto a la isla y que se hizo afortunado forofo del Real Madrid en 1954, un año antes de que encadenase la mayor serie de triunfos de la historia del fútbol (cinco Copas de Europa seguidas), a ese gigante incansable, combativo y voraz, se le acabó la racha. Y las ganas. Porque al luchador que llegaba indefectiblemente a la oficina antes que sus empleados para recorrer todas sus empresas le fallaron las fuerzas que nunca le habían faltado. Ni cuando cayó al hoyo de COP y la huida a Argentina, del que solo salió cuando le cogieron en una escena a la altura del actor que soñó ser: la policía le detuvo en el estadio al que acudió para disfrutar de su pasión futbolística en un partido de España en el Mundial de Argentina (1978).

Hasta que no se pudo levantar más

De aquella crisis se levantó. De ésta, la peor desde el crack de 1929, no. El empresario irredento no pudo más. "Era intenso, valiente, trabajador. Si se ha ido es porque no pudo más", dice su amigo Güell con la voz trémula que da la emoción desbordada. Y repite cual letanía: "Era un dios". Un dios entregado a la ambición, la energía y la inteligencia que le llevaron a triunfar en los negocios sin haber cursado más estudios superiores que primero de Magisterio. Estudiar no era lo suyo, decía. Lo suyo era trabajar. Hasta el punto de presumir de no descansar, como hizo en una entrevista con Miguel Dalmau para el libro Mallorquines irrepetibles: "Cuando me preguntan si voy de vacaciones respondo que estoy de vacaciones todo el año, porque hago lo que más me gusta: trabajar".

Y trabajaba sin parar. En invierno y en verano. A los 21 y a los 69 que tenía ayer, cuando murió. Incluso había cambiado la paz de la jubilación entre millones por la pasión de los negocios, que ardía con tal fuerza en él que llegó a comprarse un avión para seguir con una costumbre que cumplía con fervor: visitar todas las empresas que fundó. Confiaba a ciegas en su experiencia y en su buena estrella. Pero eso no siempre basta. Tampoco el valor, el genio, el inconformismo o el trabajo. Ni siquiera el trabajo. Ni cuando se hace sin desmayo. Sin respiro. Sin miedo. Como lo hizo Lavao, el hombre que, hasta ayer, siempre se levantaba. Lo sabe su incondicional Güell: "Hay peleones que se levantan cada vez que caen. Él era de estos. Luchaba sin rendirse. Se levantaba y se levantaba. Hasta que no se pudo levantar más".