Antoni Gorrías es la memoria viva de la Policía Local y un estudioso del cuerpo desde su creación como guardia urbana en 1852, cuando un gobierno conservador de turno lo montó para mitigar su terror a los alborotos callejeros. Atesora numerosas anécdotas y hechos que nos deberían avergonzar como país caínita. Entre ellos, las represalias que sufrieron seis agentes de la guardia urbana por cumplir con su deber de obedecer al gobierno legítimo.

"Tras el 18 de julio fueron represaliados los guardias urbanos Juan Pascual Vidal, Juan Socías Sastre y Sebastià Juan Pujol, los guardias rurales Jaime Cañellas Cladera, Guillem Serra Martorell y Antoni Sabater, el guardia de jardines –un desempeño que se reservaba a los guardias urbanos ya entrados en años– Zacarías Ochoa Quintana. Un informe interno elaborado con posterioridad, en el mes de septiembre, colocó en la picota al guardia urbano Rafael Janer Noguera. Pero el caso más sangrante fue el del jefe de la guardia nocturna Joan Salas Ginard que, durante la jornada del golpe de Estado, se hizo acompañar por dos agentes y se fue a proteger al alcalde de Palma, Emili Darder, en previsión de una noche de alborotos. Por este hecho fue condenado a muerte, sentencia que no se cumplió gracias a que tenía buenos informes e influencias familiares, pero no se libró de una condena de 20 años de cárcel", relata Gorrías.

"Tres de estos agentes se salvaron porque no se encontraban en aquellos momentos en Palma ya que habían ido a Barcelona para representar al cuerpo en la Olimpiada popular que se estaba celebrando en la Ciudad Condal para contrarrestar la Olimpiada que tenía lugar en la Alemania nazi", explica el archivero la diferencia de cifras.

"Los represaliados fueron todos despedidos, encerrados en la prisión de Can Mir, donde hoy en día se erige el cine Augusta, e inhabilitados para ejercer un cargo público. El castigo impuesto a los tres guardias rurales, una sección de la guardia urbana creada ex profeso para evitar robos y asaltos a las possessions alejadas de un núcleo urbano bastante exiguo en aquellos tiempos, la dejó muy en precario ya que tan sólo contaba con seis agentes", resalta Antoni Gorrías.

Pero no todo son malos recuerdos y represalias en el cuerpo precursor de la Policía Local. Gorrías repasa su libro histórico sobre el cuerpo y encuentra una anécdota jugosa que recordar en una denuncia formulada contra la madamme de Ca n´Elena. "Era un prostíbulo ubicado detrás del Teatro Principal y muy frecuentado por los señores de la época que los mayores de hoy todavía recordarán. Pues bien, la denuncia se formuló contra la propietaria por alboroto, escándalo y por no dejar descansar a los vecinos con las mujeres que mantenía en su casa. En el pliego se recordaba que la propietaria del negocio más antiguo del mundo había sido sancionada con anterioridad con una multa de cinco pesetas", concluye el archivero de la Policía Local.