Tanto en el imaginario colectivo como en el currículum personal de Juan Carlos Alía, la condición de guardián de los secretos del Rasputín –la primera expedición oficial a un prostíbulo de la historia de España– es más meritoria que su condición de presunto artífice de un infierno de comisiones, a costa del contribuyente. Desde ahora mismo, se le ha encogido el corazón a los siete mallorquines que accedieron al prostíbulo moscovita con fondos públicos, en la misión exclusivamente masculina que capitanearon Jaume Matas y Joan Flaquer.

En una curiosa coincidencia con el número de expedicionarios, en el burdel entraron siete aunque bebieron por 17, por lo que Alía también puede ilustrar sobre la identidad de las Natashas de piernas interminables a quienes la ciudadanía de Balears pagó el champán y otras bebidas de elevada graduación. El responsable de la promoción turística de Matas se equivoca únicamente en la canalización de su poder simbólico hacia el ministerio público, cuando el fiscal jefe archivó tan ejemplar comportamiento en un plazo récord.

Las revelaciones de Alía enriquecerían en cambio los programas de televisión basura, además de suponer una fuente adicional de ingresos para un personaje que ha mostrado un envidiable ingenio –mejorado si acaso por su sucesor en la conselleria–, a la hora de hacer malabarismos con el dinero público. Su historia apasionará también en Interviú, que ya mostró un catálogo de servicios del Rasputín, y donde sería el segundo preso mallorquín en aparecer, después de Rodrigo de Santos.