La maqueta autoplagiada confirma que Matas sabía tanto de arquitectura como de ópera o de ética. De hecho, el único alivio ciudadano del engendro de Calatrava consistía en que obligaría al ex president a soportar un espectáculo operístico en su integridad. Con la misma facilidad que le endosaron un proyecto usado, le hubieran convencido de que en la inauguración cantaría Maria Callas en todo su esplendor.

Las mentiras de la historia de Mallorca ni siquiera son originales. Calatraviata no se dignó en añadirle unas cortinillas diferenciadoras a un proyecto fotocopiado, que costó 200 millones de pesetas al contribuyente de Balears. Si en Zúrich recogía las esencias de Guillermo Tell y en Palma iba a capturar la atmósfera mediterránea, en el Kalahari hubiera reflejado la cultura de los bosquimanos. Sin mover un ladrillo.

Si un pueblo no puede fiarse de sus falsificaciones, su identidad se tambalea, y surge la incertidumbre que se había combatido pagando lo suficiente para disipar el riesgo de una imitación. Matas cantó La Traviata, y Mallorca se despierta hoy con la zozobra de que descubrirá que un político corrupto enterró en 1985 sus ahorros en una lata de Cola-Cao. O de que existe un Uzbekistán Arena de fisonomía inequívoca.