Faltó una urna en la cárcel de Palma, para el número creciente de altos cargos del PP en ese distrito postal. Los dos presidentes más significativos del partido en Balears –Cañellas y su digitado Matas suman ocho victorias congresuales– dimitieron por lo penal. Uno de cada tres habitantes de la comunidad votará a los populares contra viento y marea, pero su partido se lo pone cada vez más difícil y su apoyo no garantiza mayorías de gobierno. De ahí sus dos descalabros en la última década.

La escueta participación de un 49 por ciento en el enésimo Congreso del PP –una lección de democracia asamblearia que envidiaría Esquerra Republicana– obedece a tres factores. En primer lugar, la repugnancia de las bases ante los mandatarios de la era Cola-Cao, por lo que ya no les excita ni la elección directa de su presidente. En segundo, la abstención confirma una sobredosis de afiliación ficticia, los populares musculan su hegemonía con esteroides. En tercero, los militantes desmotivados no advierten diferencias sensibles entre José Ramón Bauzá y Carlos Delgado, eslabones de una candidatura única.

La militancia popular es sabia, porque cuesta distinguir a estos dos hijos de militar con la bandera de España incrustada en la muñeca. A dúo, han oficiado el tránsito de la derecha regional a la franquicia de Madrid. Bajo vigilancia de Rajoy, el PP balear ha enterrado definitivamente el cañellismo, que conciliaba el conservadurismo rancio con la exaltación folklórica de lo local. El viraje corresponde a un presidente pilotado por Cañellas, que se reinventa a sí mismo. El cañellismo cañí.

Los números siempre son escandalosos. Bauzá ha sido elegido presidente anual del PP con el voto explícito de uno de cada tres de sus militantes. Ese discreto resultado interno debe moderar sus ataques a la legitimidad de Antich. Descontada la victoria del alcalde de Marratxí tras su alianza con Rodríguez –o el triunfo del segundo tras su absorción del primero–, la atención debía depositarse en los márgenes.

Por encima del 80 por ciento, Bauzá hubiera abrumado a su rival y merecido el tópico "ha nacido un líder". Entre el 70 y el 80, su presidencia se inauguraba con fisuras. Por debajo del 70, y ahí se ha quedado, exterioriza su debilidad estructural. Rajoy, que veía reflejado su liderazgo famélico en su delegado balear, resumió la decepción en su propia experiencia de victorias a medias, "sin ganar del todo". Esta expresión compendia la frustración por el resultado y los recientes reveses electorales del PP a escala local y estatal. Ayer volvió a demostrarse que Rajoy no impresiona ni a sus votantes, por lo que su única opción es que el Gobierno siga empeorando.

La elección del primer presidente del PP nacional en Balears implica la segunda derrota de Delgado, confinado en el emirato angloalemán de Calvià y en la Palma amurallada. El corajudo aspirante reforzaba la cohesión del partido a costa de fracturarlo. Su caso demuestra asimismo que ningún político triunfa si se dirige exclusivamente a sus adeptos. Es el candidato ermitaño, que expone su verdad revelada –con mucha mayor brillantez que Bauzá– en círculos de iniciados, olvidando que los votantes prefieren ganar a imponer sus convicciones. La confianza del aspirante en la debilidad de su rival se refleja en el sms que se remitía el viernes a los militantes populares desde su candidatura. "Aunque hayas firmado y avalado a Bauzá, puedes votar a Delgado. Mañana día 6 vota libremente por la renovación, vota a Delgado. Pásalo". Zancadilla en el área.

Delgado hubiera obtenido porcentajes más aseados frente a un candidato con menor coeficiente de españolidad. Su disidencia perpetua sólo adquiere sentido como trampolín hacia UPyD. Sin embargo, se ha mantenido fiel a sus principios, a diferencia de sus antagonistas Pere Rotger, Jaume Font o Antoni Pastor. Se habían conjurado para no caer en las garras castellanas del alcalde de Calvià, y se han precipitado en el mismo pozo por otro camino. Sería recomendable que se acondicionaran a la nueva etapa redactando un manifiesto protaurino. En todo caso, lo mejor que pueden hacer por Bauzá no es votarlo, sino retirarse. Por cierto, ¿existe Estarás?

Bauzá es el Antich de derechas, o todavía menos. Recuerda a Mel Ferrer, lo suficientemente alto para resultar inofensivo. Su percepción física viene distorsionada por una arrogancia aparente que es efectiva timidez, la carrocería ideal para ser teledirigido. Al decretar el fin de la derecha mallorquina, cabe reconocerle la ruptura en el discurso con la corrupción generalizada de la época que clausura –ni una mención a Matas en la jornada de ayer, ha desaparecido de la memoria histórica–, así como la resignada aceptación de su nulo carisma. En la penúltima visita de Rajoy a Mallorca, su bajo octanaje desesperó a la plana mayor de los populares. En el hotel Victoria descubrieron que ni era la persona ideal ni tenían otra de repuesto. Bauzá no abre una era, es sólo un prolegómeno.

El nuevo presidente del PP carece de la autonomía, por no hablar de la personalidad, de Núñez Feijoo o Basagoiti. Sin embargo, sería injusto personalizar en su figura el fracaso de la clase política local, cuyo objetivo preferente en los cargos ha sido el enriquecimiento lícito o ilícito. El único ministro mallorquín del último cuarto de siglo es Jaume Matas, con resultados económicos de sobra conocidos.

La deserción de la derecha regional catapultaría a Unió Mallorquina, salvo que esa asociación de náufragos duda incluso de su denominación, que pasará de UM a US –Unió Siciliana–. El amancebamiento con esas siglas fue vetado ayer por Rajoy. El XIII Congreso se interpreta mejor con la perspectiva de tres años atrás, cuando Matas sólo dudaba si conseguiría 31 ó 32 diputados, y se consagraba a las obras de su palacete. Antich-Bauzá es menos seductor que Rajoy-Zapatero, pero las emociones fuertes distan de haberse terminado.