Hay gestos breves de consecuencias inmensas. Basta el roce en el fósforo de una cerilla para aumentar la cantidad de luz que ilumina el mundo. Y eso es lo que hacen Margalida, Jaime, Javier y Maria Angels: iluminar el mundo con gestos breves. Y salvar vidas. Muchas vidas: juntos han logrado dar pulso a 1.509 personas enfermas. Todo porque la generosidad corre por sus venas. Por la sangre de sus venas. Late en ellas y recorre los cientos de corazones a los que dan sustento los cuatro mayores donantes de Mallorca. Y eso es mucho decir en una comunidad que en 2009 fue capaz por primera vez en la historia de generar la suficiente generosidad como para ayudar con sangre balear a pacientes de otras comunidades.

A ello lleva años contribuyendo Margalida Vidal, la más veterana de los grandes donantes. Su vida iluminó la de los demás por vez primera en 1971. "Mi madre necesitaba sangre y entonces era habitual pedir a los familiares que donasen". Lo hizo por su madre y desde entonces no ha parado de repetir gesto por los demás: almas ajenas convertidas en familia anónima. "Piensa en la cantidad de parientes que tengo por ahí", bromea Margalida, que conoce a la perfección el dato: cada donación salva tres vidas. Y ella ha hecho 121 en casi cuarenta años.

Algunas muescas más cuenta Javier Bellet. Catalán de nacimiento y mallorquín de devoción y adopción, regenta un pequeño negocio de fotocopias al tiempo que alimenta una empresa gigantesca: la que a través del Banco de Sangre recoge en las islas 43.800 donaciones salvadoras al año. "Soy consciente de que nuestras aportaciones son fundamentales para salvar vidas". Y cuando dice que es consciente, lo dice de verdad: Javier habla de los distintos procesos para extraer sangre y tratarla con la naturalidad y la precisión de los propios profesionales del Banco de Sangre. "Soy muy curioso. Ya me lo han explicado todo", se excusa tímido, antes de entrar en harina: cuenta que lo suyo es donación por aféresis. O traducido: cada vez que acude a donar se tiende durante una hora al lado de una centrifugadora que extrae de su sangre las plaquetas, el plasma y los hematíes. "La máquina las separa y las recoge, antes de devolverme la sangre restante del mismo modo". El cuerpo de Javier Bellet se convierte con la ayuda de la tecnología en una eficiente fábrica de vida. La más eficientes máquina de vida, confirma el doctor Enric Girona, hematólogo de referencia del Banco de Sangre: "Nuestro objetivo es llegar a cubrir el 80% de la demanda de plaquetas por este proceso. De otro modo, hacen falta cinco donaciones de sangre para conseguir una bolsa de plaquetas".

Plaquetas contra el cáncer

Y las plaquetas ni abundan ni se pueden almacenar. Caducan a los siete días, cuando se pierde un potencial del que depende la vida de los pacientes de leucemia y cáncer. "Ellos reciben el 71% de las donaciones de plaquetas", aclara el doctor Girona, muy satisfecho con la cantidad de donantes por aféresis que repiten jugada. "El 90% vuelven a hacerlo, por el 60% de quienes entregan sangre", aclara. Aunque lo más sencillo es que fuera al revés: la donación de sangre son quince minutos, mientras que el proceso de aféresis lleva una hora. La explicación hay que buscarla nuevamente en la generosidad de los grandes donantes, que son precisamente quienes llevan el peso de la aféresis. Algunos lo hacen con una entrega que abruma. Como Jaime Artigues, que acude a dar plasma y plaquetas dos veces al mes: "Sangre puedes dar cuatro veces al año si eres hombre y tres si eres mujer, pero con la aféresis hay más margen. Yo voy una vez cada quince días". Así se explica que a sus cuarenta años este administrativo de la dirección general de Inmigración haya entregado su savia en 151 ocasiones. También influye el hecho de que empezó joven, cuando estudiaba empresariales, allá por el año 1989. Desde entonces solo dejó de dar su vida por los demás cuando fueron los demás los que tuvieron que dar vida por él. "Tuve un accidente de taxi muy grave, que me hizo perder un pie y la visión de un ojo. Recuerdo que cuando ocurrió la gente del Banco de Sangre se interesó por mi. Llamaron al hospital. Eso te da una idea de la relación que tenemos los donantes con la gente del banco: somos una gran familia", subraya. Y medita cuando el periodista impertinente le pregunta si su accidente no le hizo perder la fe en la generosidad: "No. ¿Por qué iba a hacerlo? Volví a donar aún con más ganas. Cuanto menos tienes más aprecias lo que tienes. Yo soy donante porque la primera vez me sentí tan bien, tan útil y obtuve tal sensación de paz que ahora siento casi dependencia por la donación", relata Jaime, que el día que salvó la vida en su accidente abrió la puerta a que otras 450 personas hicieran lo propio.

Mi sangre es la vida de otros

"Mi sangre es la vida de otros, ¿hay algo más satisfactorio que eso?", se pregunta Jaime, aunque sabe la respuesta tan bien como Maria Angels Aguilera, que tiene marcada a fuego una historia que le contaron en Son Dureta poco después de que empezase a donar hace ya 18 años. "Me dijeron que había muerto gente por falta de sangre de su grupo. Y eso es terrible. Se me encoge el corazón de pensarlo: ¡Es tan sencillo evitarlo! ", rememora mientras se toma una tregua en la tienda en la que trabaja desde hace 27 años, la zapatería Montecatini Scarpi, en la calle Sindicat. "Es que soy una persona muy constante", detalla risueña, en referencia a su pulsión de donante y su estabilidad laboral, compatibles gracias a la ayuda de sus compañeros y su jefe: "Me dejan siempre un ratito para que pueda donar. Es una hora que relaja y todo. Mucha gente supongo que no va por pereza", añade Maria Angels. Y confirma el doctor Enric Girona: "Yo lo tengo claro. Lo más difícil de todo es lograr que el donante venga. Nos dan su sangre y su tiempo". Y ni una cosa ni otra abundan. "Aunque hayamos mejorado las cifras –las donaciones han crecido en Balears un espectacular 12% en apenas dos años– aún hay muchas veces en las que necesitamos sangre y tenemos que pedirla fuera", destaca Girona, dispuesto a remangarse si hace falta. "Hace unos días hizo falta sangre de grupos negativos y mucha gente del personal se ofreció". Lo hicieron incluso los hombres. "Son más cobardes, más blandengues", recalca Margalida Vidal, que tras cuarenta años donando aún está tratando de convencer a sus dos hijos de que se presten: "El mayor se niega. Y el pequeño estoy en ello, pero lo he conseguido antes con su novieta, que ya lo hizo". La anécdota es pura estadística, corroboran en el Banco de Sangre, donde tienen definido el perfil del donante mallorquín: es una mujer de entre 31 y 40 años que acude a regalar vida dos veces al año. Aunque ninguna media hace justifica a los 27.722 baleares de las cuatro islas que el año pasado ofrecieron sus venas. "Estamos muy agradecidos", apuntan en el Banco de Sangre, donde saben a la perfección que en algunos casos la generosidad deja callo. Literalmente. "Después de muchos años donando me fueron a pinchar y tenía callo en el brazo derecho. No hay problema. Tengo el izquierdo", recalca Margalida, que a sus 58 años tiene claro que seguirá mucho tiempo iluminando el mundo con la generosidad que late en sus ventas. "Mientras el cuerpo aguante".