Miles de personas, servidor incluido, no paran de dar glorias al cielo por la prohibición de fumar en lugares de trabajo, aeropuertos (más o menos), centros escolares, transportes, y otros espacios afortunadamente recuperados para la cordura y la vida sana.

Pero sigue habiendo ataques a la salud ajena, y a la pública, en numerosos ámbitos y locales, donde fumadores y no fumadores comparten los humos letales. Cierto es que, en no pocas ocasiones, los dos colectivos conviven sin problemas, ni interferencias, pero, existen, y existirán, infractores a la buena norma. Lavabos, pasillos, despachos, de lugares de trabajo, privados o públicos, incluso de hospitales, permanecen como reductos de aquellos empedernidos fumadores que no pueden, o quieren, dejar de acortar su tiempo de vida y el ajeno.

La hostelería es un sector donde la ley pro-salud se quedó corta y da pie a millones de agresiones diarias. Parece llegado el momento de sacar el tabaco a la calle, aunque cueste dinero.