ETA tardó diez horas y 25 minutos en cumplir su última amenaza. A las cuatro de la madrugada del sábado al domingo, la banda terrorista hizo público en el diario Gara un comunicado en el que reivindicaba sus cuatro últimos atentados, tildaba de "estéril" la persecución policial, se burlaba de la capacidad de las Fuerzas de Seguridad del Estado y amenazaba con nuevas acciones sangrientas. A las 14.25 horas de ayer las advertencias etarras tomaban cuerpo en Mallorca: en ese instante y esta isla comenzaba en la pizzería La Rigoletta, un concurrido restaurante situado frente a la aun más concurrida playa de Can Pere Antoni, una cadena de tres explosiones y al menos seis falsas alarmas que sacudió la capital balear entre las 12.00 y las 18.30 horas.

Los objetivos de la banda terrorista quedaban claros con el primer artefacto. El lugar turístico elegido y la escasa potencia del artefacto delataban ya que la intención era sembrar el pánico. Y lo hicieron. A las 14.25 horas, cuando decenas de personas empezaban a comer en la pizzería atacada y en la media docena de restaurantes situados en 70 metros escasos de paseo costero, una explosión sorda iniciaba la serie de ataques. "Oímos un fuerte estallido. Pensamos que era de gas. Pero rápidamente la Policía ha aparecido para desalojar a todo el mundo", relataba un cuarto de hora después de la deflagración una de las camareras del restaurante Tapelia, que comparte fachada marítima con la Rigoletta.

El segundo, a 400 metros

Fuentes policiales confirmaban instantes después que el explosivo, una bomba de "escasa potencia", estaba oculto bajo un falso techo del baño de mujeres. "La explosión destruyó el baño e hizo saltar la pared de la cocina", detallaban los trabajadores del restaurante, que fueron quienes se encargaron en primera instancia de hacer salir a los clientes tras la explosión. Después llegaba al lugar uno de los dueños del negocio, que, sacudido aun por la sorpresa, desmenuzaba los objetivos terroristas: "Solo quieren dañar los negocios y sembrar el pánico".

Unos minutos después, a apenas 400 metros y también frente a una playa recién desalojada de su abarrote dominical, otra explosión confirmaba que los terroristas no habían planificado un golpe aislado, sino una cadena de atentados. A las 16.03 horas estallaba un segundo artefacto muy similar al primero, igualmente en el baño de mujeres de un pequeño negocio ubicado frente al arenal del Portitxol, el café-restaurante Enco. Aunque en este caso la estrategia terrorista era distinta: el aviso había llegado a tiempo para desalojar la playa y los negocios de la zona. "Media hora antes de la explosión, ha aparecido la Policía y nos ha dicho a todos los que estábamos en la playa y en los restaurantes que nos marchásemos –relatan casi a la par Juana y María Jesús Rodríguez, dos palmesanas que habían acudido con sus hijos a pasar un día de playa en el habitualmente tranquilo Portitxol–. Nos pidieron que nos marchásemos rápidamente sin recoger nuestras cosas. No nos explicaron qué pasaba". Segundos después lo descubrían. Una explosión seca y poco ruidosa anunciaba el segundo artefacto terrorista. Como el primero, su discreta capacidad destructiva ratificaba, por si quedaban dudas, que el objetivo del rally etarra de ayer era inyectar más miedo a una sociedad mallorquina sacudida hace solo once días por la muerte de dos guardias civiles en Calvià.

Y el miedo crecía, pese a la reducida potencia de las bombas. "La explosión ha sido pequeña", confirmaba un agente. Otro, con el susto aún el cuerpo, confirmaba que no hubo explosión controlada (como afirmó el delegado del Gobierno), sino que el artefacto estalló cuando se disponían a entrar con los perros. "Por un minuto no nos ha cogido. Casi nos explota encima", relataba. Fuera del local, el efecto de la explosión era el mismo: pánico antes y después de la deflagración. Antes, por los ataques de miedo y lágrimas entre los sobresaltados bañistas y clientes de los restaurantes. Después, por el estrés y la tensión derivados de la intensa actividad de rastreo de los expertos en explosivos y sus perros. La zona, como antes Can Pere Antoni, quedó rápidamente blindada con una nutrida presencia de patrullas y agentes de paisano.

Ola de falsas alarmas

Mientras tanto, en otros puntos de la ciudad el terror se extendía sin necesidad de más explosivos. Los avisos de bomba sin bomba bastaban para amplificar la labor etarra. "Por desgracia ha habido muchas falsas alarmas", confirmaba el delegado del Gobierno, Ramón Socias, sin entrar en detalles sobre las alertas sin bomba. DIARIO de MALLORCA siguió la pista de hasta seis episodios de desalojos de negocios en los que no había artefacto explosivo: la escena se repitió entre las 16.00 y las 18.00 en la calle Jaume Ferrer (cerca del Consolat de la Mar); en la calle Oms; en el hotel Palacio Avenida y en la cafetería Niza (ambos junto a la plaza de España); en la calle Socorro, y en el entorno de Ciudad Jardín, al pie del torrent Gros. A estos avisos gruesos se sumaban estampidas pequeñas como la que una nevera de playa abandonada provocaba junto al cordón policial de la playa del Portitxol. O como el rumor que causó la huida de cientos de bañistas del parque acuático de s´Arenal.

Minutos después, a las 18.10, la alarma sí estaba justificada. Mientras la Policía registraba en la plaza de España el hotel Palacio Avenidas y la cafetería Niza por una falsa pista, una bomba estallaba en las galerías comerciales de la plaza Major. Nuevamente, ETA calcaba el patrón: un artefacto de pequeñas dimensiones oculto en el falso techo del baño de mujeres desataba otro episodio de pánico, esta vez en el corazón de la ciudad. "Ha sido una explosión seca. Mi tienda tiene el escaparate roto y no sé si hay daños dentro, porque no me han dejado entrar", relataba Mohan Budhrani, dueño de un negocio contiguo a los seis baños destruidos por la última explosión de la cadena.

El estallido final llegaba fuera de plazo. La amenaza etarra, emitida a las 11.30 horas desde Francia por tres canales distintos (Radio Taxi San Sebastián, los bomberos de Calvià y un alto cargo andaluz), acotaba las deflagraciones a la franja horaria comprendida entre las 12.00 y las 18.00 horas. La última explosión se produjo diez minutos más tarde de lo anunciado, aunque cumplió el guión y los objetivos comunicados por los etarras: reactivar el miedo en una isla que hasta la muerte de dos guardias civiles en Palmanova se sentía invulnerable.