Lunes, 4

Recuperar claves, aplicaciones, agendas, correos y archivos cuando tu computadora se esfumó en la nada viene a ser como reconstruir a trozos tu propia vida. La virtual, claro, pero en los tiempos que vivimos ésta coincide cada vez más con la de veras. La filosofía de la mente es un consuelo en esos casos porque nada existe en el exterior como no sea mediante una representación amañada por el cerebro.

Poco a poco, documento a documento, va tomando cuerpo algo que, en el mejor de los casos, se parece bastante al monstruo del doctor Frankenstein. Como el decir popular confunde al monstruo con el propio científico, y le llama de la misma forma, con un poco de suerte voy a contar con un retrato bastante fidedigno de mi propio cadáver redivivo. Bueno, con un poco, no; con bastante suerte. Al final de la semana aún no sabré a ciencia cierta qué he perdido de manera irremediable. Si es llegaré a saberlo alguna vez.

Como el hombre es el único animal que no sólo tropieza dos veces con la misma piedra sino que, de no haberla, la construye, tomo la determinación de no quedarme con un solo ordenador. Una máquina en casa y otra en la facultad garantizan que, cuando la piedra aparezca, habrá recambio. Es una pejiguera tener que cargar con los archivos cada jornada de un lado para otro y poner en sincronía los documentos para quedarte con el más reciente. Sueles meter la pata a menudo y machacar la versión última. Pero, al menos, ese Frankenstein se parece bastante al original, con alguna que otra magulladura.

Martes, 5

Un operario de la compañía telefónica muy eficaz me resuelve en un santiamén alguno de mis problemas informáticos en marcha. En este caso se trata más bien de un enigma filosófico que pertenece a lo que Chomsky llama la paradoja de Orwell: cuanta más información te dan, menos entiendes el mundo que te rodea. La telefónica me había instalado -gratis, bien es verdad- un chisme lleno de canales que me garantizaba estar mejor informado que el presidente Rodríguez Zapatero-cosa nada difícil, por otra parte. Pero tantos programas añadidos a los del canal + que ya tengo y que apenas logro ver por falta de tiempo, de ganas o de todo a la vez, supone un absurdo. Con el añadido de que la conexión inalámbrica de internet es mucho peor que la que iba por cable. Sobre todo ahora que he perdido las claves de acceso.

Me callo ante el operario lo del ordenador-Frankenstein y, gracias a que procede a configurarme el sistema para dejarlo -en teoría- como antes, recupero en cuestión de nada el acceso a la red de redes. De tal suerte vuelvo a formar parte del mundo de las comunicaciones y sé, por ejemplo, la temperatura que hace en Helsinki, aunque sea en grados fahrenheit. Hacer lo mismo en la facultad -conectarme, que lo de Helsinki, sobra- será empresa mucho más complicada. Al tiempo.

Miércoles, 6

Presentación en la sede central del Instituto Cervantes, nada menos, del nuevo sello editor que mi amigo Julio Casal ha creado. Se llama, ya lo dije en mi vida anterior (la de antes de la caída del Mac) Lepourquoipas? Julio nos regala, junto a los pormenores acerca de sus primeros libros, una agenda como la que utilizaron Hemingway, Picasso o Van Gogh, amén de todos los reporteros y policías de las películas clásicas, las de la era precomputacional. Es esa agenda negra que cabe en la palma de la mano y se abre con un gesto displicente de la muñeca, muy a lo Bogart.

Al acto de presentación acude lo más ilustre de la divulgación científica del país, desde el secretario de Estado Miguel Ángel Quintanilla al físico José Manuel Sánchez Ron, pasando por cosmólogos como Pérez Mercader o filósofos como Emilio Muñoz. Todos son pero que muy amigos míos, cosa que me hace pensar en lo anciano que me he vuelto. Tanto como para conocer en persona a tanta cabeza pensante pero no lo suficiente como para que la costumbre de pensar se me haya pegado.

Aprovecho el vino español que sigue al acto para husmear por el edificio venerable que fue en su día sede del Banco Español del Río de la Plata. Unas fotografías gigantescas componen en el vestíbulo los retazos de la historia que ha vivido el caserón. Alfonso XIII paseando por la calle de Alcalá, en 1913, junto al edificio en obras. La plaza de la Cibeles, sin asfaltar, hacia 1884. Los tranvías como principales vehículos del atasco (?) de la circulación en 1930. Unos niños agachados junto a la carcasa del obús que no explotó en los bombardeos de Madrid durante la Guerra Civil.

La Historia, a menudo, sobrecoge.

Jueves, 7

Concurso de mi compañero del departamento Joaquín Valdivielso para lograr una plaza de contratado doctor. Termina así una historia de diez años en la que él y Lucrecia Burges optaron por hacer una carrera académica basada en el trabajo, las publicaciones de altura y la formación en el extranjero en vez de apuntarse, como es muchas veces costumbre, al nepotismo y la conspiración. Así les ha ido. Menos mal que, pese al empeño puesto por según qué gentes, hoy comienzan a quebrarse algunos de los palos que intentaron meterles a Lu y Joaquín en las ruedas de la vocación universitaria.