No me gusta, quizás por su vulgaridad, el sobrenombre de princesa que se le da a Maria Antònia Munar, aunque reconozco que le va como anillo al dedo. Hoy hace una semana que Munar ascendió de categoría y pasó a ser la emperatriz de Balears, siempre en la metáfora de andar por casa. Investida de su nuevo rango la presidenta de Unió Mallorquina escuchará a sus bases, pero tomará la decisión que le parezca más conveniente. Especular con los pactos es gratuito y placentero. Es hacer de gurú o profeta por unos días. La emperatriz ya dijo que está más cerca del PP y que no le cautivan las alianzas múltiples y chillonas. De momento es lo que hay.