Ya estamos que la vida parlamentaria es lo que es. Hay usos y tendencias tan viejos como el voto secreto. Pero no dejan de ser poco comprensibles para los que no están metidos en ellos. Y de eso los parlamentarios a veces no son conscientes.

Las risas, los jaleos, los comentarios o abucheos en muchas ocasiones chirrían si se escuchan con los oídos del hombre de la calle. Cuando lo que se está discutiendo es algo que le afecta a su salud, su bolsillo, la educación de sus hijos, su vivienda, el futuro de su trabajo. ¿Puede comprender que alguien se ría o patalee como si estuviera en un partido de fútbol? ¿No parece una cosificación, una trivilización, una frivolidad? A veces conviene recordar que la política es cosa de personas reales. Y no olvidarse de la calle que espera afuera.