Donde hay un periodista, hay una cita histórica, ya se encargará el informador de enaltecerla convenientemente. Nadie se desplaza a Afganistán para escribir que "aquí no pasa nada digno de ser reseñado". La posible excepción a esa regla es el debate del estado de la autonomía, de donde ni Federico Jiménez Losantos extraería un psicodrama de alguna enjundia. En medio del erial, cabe agradecer a Maria Antònia Munar que se suicidara ayer en público, para garantizar un mínimo de emociones a la parroquia.

Munar ofició la disolución del partido de su propiedad. En agradecimiento al PP, que pisoteó a UM en Calvià con ayuda del oportuno tránsfuga, la presidenta de Mallorca se arrojó en cuerpo, alma y cartera a los brazos de Matas.

La sobreactuación de la presidenta de Mallorca delataba una cierta obscenidad, puesto que la mayoría de votantes de su partido no apoyaron a Dolça Mulet -por extraño que parezca-, sino a los candidatos de Porreres, Alcúdia, sa Pobla o Pollença que fueron después represaliados. Atribuir servilismo a la liquidadora de UM no es peyorativo, en tanto que ella se enorgullecía de su talante servicial. Para el espectador, Matas es una cumbre del cinismo político provinciano hasta que escuchas a Munar.

El izquierdista unido Miquel Ramon -líder de la lucha contra el asfaltado de Eivissa- rompió el monótono idilio. Llamó a la tarjeta verde por su verdadero nombre, "una gran payasada". No es un orador, categoría desaparecida entre los progresistas. Para confirmar el retroceso de la elocuencia, Francina Armengol se expresó con el aire aturullado y chillón de una abuela de mayo. Bajo los decibelios, explotó hábilmente la pasada condición ministerial de Matas. En todo caso, la portavoz socialista dejó la faena a medias. Los socialistas quieren ser tan educados como Zapatero en un ecosistema mucho más hostil.

Matas no respondió a la oposición, sino que efectuó un segundo discurso. Se sulfuró especialmente al mencionarle su participación decisiva en el "hospital-pelotazo" -expresión de Ramon- de Son Espases, que la solícita Munar dio por construido. Pere Sampol, que recordó al de los mejores tiempos de oposición al cañellismo, puso también aquí el dedo en la llaga. El portavoz del PSM citó, sin ampliarla en ningún extremo, una información publicada en este periódico hace un año, sobre el reparto del botín de La Real. El 10 de abril de 2002, después de que el Madrid derrotara al Bayern Munich por dos goles a cero, se comunicó a los promotores inmobiliarios mallorquines, en una cena, que el nuevo Son Dureta se levantaría en terrenos "más o menos adecuados, entre la carretera de Valldemossa y la Real". Si no es así, ¿cómo se explica que en fechas subsiguientes los congregados libraran hasta cuatro opciones de compra, en otras tantas fincas colindantes?

Repentinamente, Matas niega su intervención. Basta consignar que su papel en ese reparto es el mismo que en Operación Mapau, suficientemente debatido y que, tras destituir al fiscal que lo investigaba, surtió el resultado deseado por el president contra la decencia de tres jueces. En todo caso, los vecinos de La Real podrán apreciar la verdad, en cuanto el entorno de Son Espases sea hormigonado, en un negocio de miles de millones que generará márgenes impresionantes.