¿Cuál ha de ser la virtud del buen parlamentario? ¿Ha de resistir los envites y salir indemne del ataque, cual Lázaro de los argumentos? ¿Ha de emocionar a la audiencia, levantar su espíritu con recursos oratorios? ¿Debe ser solamente práctico, conciso? El debate de ayer nos proporcionó una serie de ejemplos de alto interés.

Comenzó Maria Antònia Munar, quien subió a la tribuna con maestría. La líder de UM se mostró como una experta en las artes marciales de la dialéctica. Formalmente, defendió su política corresponsable con el PP. Pero no dejó de lanzar alfilerazos indirectos, alusiones segundas. Como quien hace carambolas en el verde del billar, sus bolas siempre tocaban las del PP. Eso sí, con guantes de terciopelo. "Són dos partits di-fe-rents" decía con tono de maestra de bachillerato. Bebía agua en el momento de máximo suspenso. Su sortija despedía estrellitas cuando movía las manos. Su ´debate´ con Matas fue un minueto lleno de buenas palabras. Su discurso era manuscrito en una primera parte y mecanografiado en la segunda.

La líder de UM mostraba un gesto bien revelador: Cuando llegaba a un tema importante, lo señalaba enérgicamente con el bolígrafo sobre el papel. Como si le explicase la lección a un alumno torpe. Utilizó una dialéctica silogística, mientras los diputados del PP la miraban con cara de póquer. Fue una pena que sólo le aplaudieran los dos de UM.

En el hemiciclo, algunas novedades. Por ejemplo la involuntaria pareja que hacían Aina Castillo y José María Rodríguez, uno cerca del otro y tan opuestos como los protagonistas de la peli ´La bella y la bestia´. La consellera de Salud, con sus labios a lo Kim Bassinger y sus gestos suaves, y un conseller de Interior y Función Pública de ojos algo desorbitados, gestos repentinos, comentarios en voz alta. "Ayer estábamos muy tranquilos sin ti", le dicen desde las filas socialistas. A él y Jaume Font el presidente Rotger les llamó al orden en un par de ocasiones.

El president Matas demostró ayer ser un verdadero dromedario de la oratoria. A pesar de hablar largamente y carraspear muchas veces, no bebía del vaso que le traía el ujier. Está preparado para las largas travesías de la Ruta de la Seda.

Entre los diputados-as, la mejor vestida era Carme Feliu. Llevaba un enorme lazo de color celeste al cuello y un bello broche. El peor, Pere Palau. No sé qué le ocurrió al cuello de su camisa, demasiado grande y arrugado. Parecía esos falsos invitados que intentan colarse en las bodas.

Ya en la sesión de tarde, la cosa se animó. Miquel Ramón, un poco crispado, levantó las iras populares al llamar "payasada" a la tarjeta verde. Al ver que su tiempo se acababa, aceleró tanto el ritmo de su exposición que resultó algo espasmódica. No le aplaudió absolutamente nadie.

Pere Sampol, en cambio, fue castelárico. Subió vestido todavía de vicepresidente, se permitió silencios retóricos, gestos ezequiélicos, acusaciones algo apocalípticas. Parecía Sant Vicent Ferrer hablando de las autopistas y la deuda pública. Mientras Mabel Cabrer, que llevaba una falda que le hacía parecer una mesa camilla, le miraba con el ceño torcido. Citó a Vázquez Montalbán. "Antes nos comían los tiburones, ahora nos comen los atunes". Porque los tiburones se retiran cuando ya están satisfechos y los atunes siguen comiendo por gula. Sufrió un lapsus cuando llamó a Rosa Estaràs "señora Matas". Las filas populares se soliviantaron bastante.

Al final de las exposiciones, Francina Armengol salió con la artillería. Tiene un esquema postural muy sólido, algo rígido, pero su voz resulta atronadora, radiofónica. Parece una Marisol Ramírez parlamentaria.

Armengol empleó otra retórica. Fue perforante, lógica, proclamera. Los socialistas la apoyaban golpeando en la mesa. Mientras los populares protestaban, murmuraban o se choteaban, sobre todo Fernando Rubio, que parecía vestido de rumbero. Fue el momento de máxima tensión, mientras Armengol disparaba sus argumentos uno detrás de otro, sin respiro, corrían los papeles y los comentarios. Finalmente, recibió los aplausos de su grupo. "Qué cañera", murmuraban.

¿Seremos el menú de los atunes?