El aeropuerto reflejaba ayer claramente que era el día más activo del año. Las colas para facturar eran larguísimas e incluso los turistas que llegaban se lo tomaban con calma para poder alquilar un coche, ya que en las ventanillas no daban abasto con tanta demanda. Pocas ventas en las tiendas, aún menos peticiones en las agencias que venden plazas de hotel -Internet les ha arruinado el negocio- y aquellos turistas que se vieron afectados por los retrasos, se lo tomaban con tranquilidad.

Muchos visitantes se montaban su pic-nic con lo que habían traído del hotel, mientras que los bares estaban a rebosar de clientes. Aquellos pasajeros con retrasos de más de dos horas se hacían una improvisada siesta sobre los sillones de la planta cuarta, y aunque algunos manifestaron su protesta por lo que estaban padeciendo, en general no había tensión porque la gente ya se ha acostumbrado a la falta de puntualidad de sus vuelos.