A falta de saber si la expedición encabezada por Matas promocionó suficientemente a Mallorca en Moscú, las andanzas de algunos de sus miembros en el Rasputín han convertido ese local de alterne en una cita obligada para los europeos que visiten la capital rusa. La página de Internet del club sexual -rasputinclub.ru- se colapsó ayer. Nunca habían estado tan solicitadas las centenares de fotografías que muestran a sus trabajadoras en diferentes fases del éxtasis sexual, con y sin varones. La distinción de género es relevante, en un local para hombres donde se disuade la presencia de parejas, cargando un precio adicional a las mujeres en la entrada.

La oferta del Rasputín -donde miembros de la expedición del Govern incurrieron en gastos que facturaron a las arcas públicas- no se ciñe a los Erocócteles a precios prohibitivos. El menú oficial incluye el apartado "Sé mi perra". A cambio de ocho mil pesetas, se puede pasear a la empleada "atada corto". Asimismo, se puede pagar para "azotarla ligeramente con un látigo". Según algunos expertos turísticos de la comunidad, también en lugares así hay que acometer la publicidad de las delicias de Mallorca. La propuesta "Encadena a una esclava a la cruz" se adapta, en quienes no deseen mezclar la religión con estos asuntos, a una variante inquisitorial, "Encadena a la esclava al potro de tormento".

La prensa rusa asegura que "el Rasputín tiene más strippers que todos los clubes moscovitas juntos", y la sensación de acoso ha sido compartida por los mallorquines que lo conocen. Desde el primer momento, los clientes son abordados para que contraten los servicios más variopintos. A cambio de ocho mil pesetas, se puede "retozar con las chicas" por el escenario mientras suena una melodía. La música marca los plazos de las sucesivas funciones.

La panoplia de servicios que comercializa el local de alterne sirve también como orientación sobre los puntos de convergencia y separación entre las diferentes geografías. Así ocurre con una variante erótica no muy divulgada por estas latitudes, que consiste en permitirse el lujo de destrozar la cubierta de cristal de la mesa. Para sufragar este despliegue de violencia, el cliente debe abonar quince mil pesetas.

Entre los directores del Rasputín figuran personajes de etnia chechena, y la propiedad del céntrico local -situado en el Parque de la Cultura, en las inmediaciones del ministerio de Asuntos Exteriores ruso- ha generado tantas leyendas como su negocio. Dentro de la sección dedicada a la vida sexual, las guías de distintos países se refieren al establecimiento como el club para hombres "más elitista". A fin de honrar su cuidadoso enmascaramiento como "teatro erótico", plantea periódicamente espectáculos de alto contenido sexual. No faltan las parodias pornográficas de los protagonistas de la actualidad política rusa. Nunca Putin, a menudo Zirinovsky.

En un ejercicio de hermanamiento cultural, la música de Cher acompaña a las strippers que bailan desnudas en el complejo sexual moscovita, sobre un fondo de paneles de madera, falsa vegetación y proliferación de neones. En un establecimiento volcado hacia la explotación del sexo, ni siquiera la denominación es inocente. El Rasputín homenajea indirectamente al pene del siniestro monje, cuya longitud se extendía según la leyenda a 30 centímetros, y que tiene rango de reliquia erótica en Rusia.