"No es uno de esos lugares adonde se va a mirar. Las chicas ya se encargan de ello. Te asaltan en cuanto entras en el complejo". Un conocedor del local de alterne Rasputín describe con estas palabras la atmósfera cargada que reina en el establecimiento. Según los expertos, sólo se le puede equiparar Dolls -Muñecas-.

El Rasputín está dispuesto en diversos salones, con precios variables. La oferta clásica de peep show -contemplar las contorsiones de una mujer- y de strip tease, donde las bailarinas pueden contratarse para servicios individuales, conviven con una oferta sadomasoquista. El local tiene tabuladas en su publicidad las agresiones más variadas. Por ejemplo, se sugiere al cliente que "encadene a una esclava a la cruz" mientras suena la música. La escenificación citada cuesta algo más de tres mil pesetas.

El Rasputín hace una publicidad generosa de las mujeres que trabajan en su empresa. El público puede acceder a más de un centenar de fotografías. Aparte de instantáneas individuales y en grupo, se muestran escenas de sexo lésbico y heterosexual. El negocio central del complejo viene apuntalado por una oferta gastronómica, distribuida en cuatro salones -uno de ellos en el segundo piso- y, de nuevo, con la posibilidad de organizar banquetes privados. Sin embargo, tampoco aquí se abandona el erotismo. La especialidad de la casa consiste en degustar un sushi sobre el cuerpo desnudo de una geisha. La carta de "Cócteles eróticos" incluye un "tequila con sal a consumir en el ombligo de una chica", a cambio de cinco mil pesetas.

El complejo sexual se mantiene abierto durante las 24 horas del días, con entrada gratuita hasta las nueve de la noche. La decoración no desdeña elementos vanguardistas. Las camareras llevan etiquetas con precios en distintas partes de su cuerpo. El abono de esas cuotas conlleva el derecho a tocar la zona de la anatomía designada. Por ocho mil pesetas, el usuario con tendencias masoquistas se garantiza que el personal le dispense toda la noche un trato insultante.