Dado que las cosas son irreversibles y contundentes, no nos andaremos por las ramas y tampoco llevaremos a engaño al lector. Por eso, advertiremos de entrada que, con las tres líneas anteriores, no se inicia un artículo periodístico porque, quien lo suscribe, nunca hubiera deseado escribirlo, pero ahora siente la necesidad de redactarlo en busca del rumbo perdido.

Admito ya de entrada que estoy practicando un ejercicio de contradicción y que no alcanzaré más allá de la oportunidad de enjugar lágrimas de tinta con papel de periódico, cuando en realidad pretendía enfilar un discurso en forma de apretón de manos y un abrazo solidario enganchado a la disponibilidad. Incluso puedo admitir, Mateu, que se me ha desajustado la "ponderación" objeto de tu perenne ironía. Tanto, como para escribir en primera persona por primera vez y darme cuenta que la cena, eternamente postergada, que me reivindicabas con Miquel Àngel Calviño, se me ha atragantado antes del primer bocado.

Ahora todo fluye sin control sobre el teclado y no resulta cómodo ni fácil ordenarlo. Aparece el Mateu Soler de aspecto cansino con su innegable habilidad por encauzar la broma subterránea sobre la austera clase de COU en el viejo cuartel de sementales de Manacor transformado en aula y de arrancar una sonrisa del que hasta entonces se suponía rostro gélido de donya Joana. Aquella venerable profesora que marcó época y generaciones y que antecedió a Mateu en el camino que él se ve ahora forzado a recorrer. Él mismo buscó la complicidad de quien suscribe para reconocerle méritos y expresarle agradecimientos. Del aula a la redacción del periódico ha sido un largo camino recorrido a la par y que ahora parece un atajo debido a los caprichos de una dama negra y ególatra que siempre se antepone a la normalidad.

Pero no te alteres Mateu, no entraré en la vía de la mitificación ni siquiera haré recopilación de elogios para ti. Sería demasiado fácil y, además, intuyo que, en estos momentos, no estarías demasiado predispuesto para tal labor.

Buscaremos entonces la alternativa de la normalidad serena, esa que alimenta la esperanza de la fe, sin minimizar las cosas ni exagerarlas y sin hacer el juego a la dueña encaprichada con los finales anticipados. Apartado de esta actitud, sé que Mateu Soler, mañana mismo me discutiría el titular y el texto, aunque sólo fuera con el regusto de la confianza. También sabemos que es el mejor modo de mantener la dignidad de su recuerdo en la redacción del periódico, en las calles de Manacor, ante la brisa veraniega de Porto Cristo y al cruzarnos de forma casual con el viejo compañero de clase y recordar, con la deshinibición del tiempo transcurrido, las mil anécdotas compartidas. La vida y nosotros somos así de contradictorios.