El África negra lleva años dominando las grandes carreras de fondo del atletismo mundial. Hay enormes futbolistas y uno de los mejores pilotos de todos los tiempos de raza negra. Pero el ciclismo, y nunca por cuestiones racistas, ni mucho menos, acababa de abrir sus puertas a los ciclistas negros. Ganaban africanos, eso sí, pero corredores sudafricanos de raza blanca.

Tampoco se contabiliza a ningún ciclista europeo o americano negro, hasta que este martes lo hiciera Biniam Girmay en el Giro, que hubiese levantado los brazos como vencedor en una de las tres grandes. El ciclismo, este martes en Italia, vivió un día histórico.

El accidente

Y podía haber sido una jornada de completa felicidad, para reír, para aplaudir y para que cualquier amante de este deporte se sintiera dichoso por lo que había ocurrido en la décima etapa del Giro, siempre con Juanpe López como líder, si Girmay no llega a sufrir un accidente, de los que se denominan domésticos, en el podio cuando celebraba su victoria, exagerada tras sacar de rueda nada menos que a Mathieu van der Poel, en el esprint final.

Los corredores abren una botella de prosseco, el vino espumo por excelencia de Italia. Girmay tuvo la desgracia de que el tapón impactó en su ojo izquierdo, se hizo bastante daño y tuvo que ser conducido a un hospital. No pudo ni acudir a la obligada conferencia de prensa como vencedor de la etapa.

Triunfo en Bélgica

Girmay, solo 22 años, ya empezó a hacerse famoso este año cuando se convirtió en el primer ciclista negro que ganaba una clásica, la Gante Wevelgem, que no está a la altura de una París-Roubaix o un Tour de Flandes, aunque goza de un gran prestigio y fama, sobre todo en Bélgica.

Es eritreo, un país dominado muchos años por Italia, que siempre amó y destacó en el ciclismo, aunque en esta edición del Giro todavía no hayan ganado una etapa y hasta parezca complicado el objetivo con el imperio de corredores extranjeros de calidad que evitan cualquier exhibición local. Y, entre ellos, este fenómeno de Eritrea que se llama Girmay.

Ya en febrero ganó una etapa de la Challenge de Mallorca y en edad juvenil ya destacó tanto que la Unión Ciclista Internacional (UCI) lo incorporó a su escuela de promesas que tiene en Suiza para darle una oportunidad que en su país habría tenido más complicada. Ahora es la gran estrella del Intermarché, equipo belga de primer nivel, aunque no cuente con el presupuesto de los grandes, de los Ineos, Jumbo o Emirates, para poner tres ejemplos. El Intermarché es un bloque que caza etapas y para ello cuenta con Girmay, algo más que un velocista, un corredor más al estilo por ejemplo de Peter Sagan, cuando Sagan era Sagan y dominaba y ganaba allí donde le daba la gana.

Al estilo Sagan

A diferencia de los velocistas puros y duros, los que llevan el apodo ciclista de ‘culos gordos’, porque son incapaces de enfrentarse a la más mínima cuesta, Girmay las supera y por ello su nombre ya empieza a sonar cuando hay una clásica o una etapa, como la de este martes en el Giro, cargada de muros y repechos. Los Cavendish, Ewan (último de la etapa) o Démare, el mejor de los tres en este aspecto, se quedan y sufren, mientras él dispone a sus gregarios para que le controlen la etapa y eviten las ofensivas, de la ‘bestia’, de Van der Poel, el mismo que le levanta el pulgar en la meta después de que el ciclista eritreo hubiese neutralizado su último demarraje, en un esprint de dos, y lo superase para entrar en la historia del ciclismo, aunque luego lo que parecía un cuento con final feliz acabase en un hospital.