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El abrazo de Luis García a Oliván al final de los noventa minutos resume perfectamente lo que fue el partido, un ejercicio encomiable del Mallorca para sumar un punto, un gran punto, ante todo un campeón de Europa. Puntuar en Primera hay que otorgarle el valor que merece porque cuesta Dios y ayuda sacar los partidos adelante. Oliván, que ejerció de improvisado, o no tanto, central ante la plaga de lesionados en el centro de la defensa, fue el símbolo de un equipo en el que van todos a una, sin excepción, en busca de un único objetivo, la permanencia en la máxima categoría. El catalán fue un jabato. No excesivamente alto, junto a Valjent fue un gigante ante Danjuma y Dia primero, y Moreno y Alcácer después.
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