Los asistentes al acto de ayer en el cementerio de Alcúdia resaltan su carácter sensible y la emotividad que ocasionó. Es la expresión de la necesidad de reparar la dignidad de los desaparecidos y fusilados durante la Guerra Civil, aunque se haga tarde y con notable esfuerzo, cuando ya solo son los nietos quienes pueden serenar el sufrimiento y honrar a los represaliados.
El caso de Miquel Pascual confirma también que identificar los restos y entregarlos a la familia requiere tacto de investigación profesional y paciencia. Fue exhumado hace un año en Porreres y solo ahora ha podido ser enterrado en Alcúdia, el municipio del que fue arrebatado por los fascistas mientras intentaba ganar el sustento para su familia, sin más pretensiones, igual que tantos otros asesinados.
El paso del tiempo no atenúa el horror de una barbarie que no admite justificación política.
