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Bernardo Arzayus
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Al entrar en la Seu, es inevitable que los pulmones se ensanchen y la mirada se eleve. Al rosetón, a las vidrieras, a los pilares, al baldaquino. El suelo solo llama la atención de los más observadores y detallistas, que si se fijan descubren la presencia de innumerables tumbas, algunas con inscripciones apenas legibles. Bajo el pavimento o en destacados mausoleos, reposan los restos de reyes como Jaume II y Jaume III, de varios obispos (incluso el de un ‘antipapa’) y de miembros de las familias nobles mallorquinas, que obtuvieron ese privilegio al aportar dinero para la construcción del monumento y la habilitación de las capillas (como por ejemplo, el marqués de la Romana).
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Al entrar en la Seu, es inevitable que los pulmones se ensanchen y la mirada se eleve. Al rosetón, a las vidrieras, a los pilares, al baldaquino. El suelo solo llama la atención de los más observadores y detallistas, que si se fijan descubren la presencia de innumerables tumbas, algunas con inscripciones apenas legibles. Bajo el pavimento o en destacados mausoleos, reposan los restos de reyes como Jaume II y Jaume III, de varios obispos (incluso el de un ‘antipapa’) y de miembros de las familias nobles mallorquinas, que obtuvieron ese privilegio al aportar dinero para la construcción del monumento y la habilitación de las capillas (como por ejemplo, el marqués de la Romana).
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Al entrar en la Seu, es inevitable que los pulmones se ensanchen y la mirada se eleve. Al rosetón, a las vidrieras, a los pilares, al baldaquino. El suelo solo llama la atención de los más observadores y detallistas, que si se fijan descubren la presencia de innumerables tumbas, algunas con inscripciones apenas legibles. Bajo el pavimento o en destacados mausoleos, reposan los restos de reyes como Jaume II y Jaume III, de varios obispos (incluso el de un ‘antipapa’) y de miembros de las familias nobles mallorquinas, que obtuvieron ese privilegio al aportar dinero para la construcción del monumento y la habilitación de las capillas (como por ejemplo, el marqués de la Romana).
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Al entrar en la Seu, es inevitable que los pulmones se ensanchen y la mirada se eleve. Al rosetón, a las vidrieras, a los pilares, al baldaquino. El suelo solo llama la atención de los más observadores y detallistas, que si se fijan descubren la presencia de innumerables tumbas, algunas con inscripciones apenas legibles. Bajo el pavimento o en destacados mausoleos, reposan los restos de reyes como Jaume II y Jaume III, de varios obispos (incluso el de un ‘antipapa’) y de miembros de las familias nobles mallorquinas, que obtuvieron ese privilegio al aportar dinero para la construcción del monumento y la habilitación de las capillas (como por ejemplo, el marqués de la Romana).
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Al entrar en la Seu, es inevitable que los pulmones se ensanchen y la mirada se eleve. Al rosetón, a las vidrieras, a los pilares, al baldaquino. El suelo solo llama la atención de los más observadores y detallistas, que si se fijan descubren la presencia de innumerables tumbas, algunas con inscripciones apenas legibles. Bajo el pavimento o en destacados mausoleos, reposan los restos de reyes como Jaume II y Jaume III, de varios obispos (incluso el de un ‘antipapa’) y de miembros de las familias nobles mallorquinas, que obtuvieron ese privilegio al aportar dinero para la construcción del monumento y la habilitación de las capillas (como por ejemplo, el marqués de la Romana).
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