Dicen los mallorquinistas de toda la vida que Jaume Rosselló Pascual (Binissalem, 1921-2012) ha sido el mejor presidente del Real Mallorca. Se hizo cargo de un club plagado de deudas en julio de 1956 en Tercera División, y lo dejó siete años más tarde en Primera y con un superávit de 200.000 pesetas de la época. El 17 de abril de 1960 vivió su día de gloria al convertirse en el presidente del primer ascenso a la máxima categoría en la historia del club. Desde su refugio de Punta Portals, y con una lucidez impropia de una persona que contaba 89 años, recordaba para DIARIO de MALLORCA, en una de sus últimas entrevistas, su brillante etapa en el club.

- ¿Qué recuerda del primer ascenso?

- Me acuerdo de todo. De los que vinieron a buscarme para ser presidente, pero también de lo que me ocultaron, de la gravedad de la situación del club. Buscaban un presidente de forma rápida porque el Mallorca pasaba una época terrible. Estaba arruinado.

- ¿Más que ahora? (La entrevista se realizó meses antes de la llegada de Serra).

- Sí. En aquella época no sólo era el tema económico. No podíamos fichar a ningún jugador de fuera, y me lo ocultaron. Se debían 35.000 pesetas a Iberia. Buscaban un presidente que dirigiera al Mallorca de una forma absurda, porque lo es que no pudiéramos fichar a ningún jugador de fuera. Iban pocos aficionados al campo.

- Parece que no haya pasado el tiempo.

- Iba menos gente que ahora, un quince o veinte por ciento del aforo, y 600 accionistas que no pagaban porque habían contribuido a construir el Lluís Sitjar. Éramos tres mil con un aforo de 23.000. Esta situación se puede aguantar un año, pero no varios años.

- ¿Su primer recuerdo del Mallorca?

- Desde pequeño siempre he tenido al Mallorca en el corazón. Tenía un negocio que me ocupaba mucho tiempo. El fútbol sólo era un entretenimiento. No podía entender cómo alguien pensara en mí para que fuera presidente. Estuve el día de la inauguración del Lluís Sitjar, en 1945 contra el Xerez, y me acuerdo como si fuera ahora.

- ¿Se llenó el campo?

- No, pero había mucha gente.

- ¿Quién piensa en usted?

- No quiero dar nombres porque he empleado la palabra engaño. Me dejaron de decir que la Federación Balear nos había prohibido fichar jugadores por una deuda de 35.000 pesetas y por otras deudas. En esta situación era difícil pensar en el ascenso a Segunda. Había que solucionar esta deuda para ilusionar a la afición y poder ascender, porque de lo contrario lo mejor era que me fuera.

- Y pagó la deuda.

- Pago las 35.000 pesetas y pedí a la Federación que me dejaran fichar. Me dijeron que no nos podían levantar la sanción de inmediato porque era una orden de arriba. Así aguanté dos años.

- Tuvo mucha paciencia.

- Un día reuní a las peñas y les mostré mi impotencia. Les dije que de aquella manera no podía ascender nunca al equipo. Estaba asqueado porque no quería ser un presidente para perder el tiempo. Les dije que dimitía si la Federación no me autorizaba a fichar cuando ya había pagado. Mil quinientas personas se reunieron en una manifestación en Cort, donde estaba la sede de la Federación. Fue agresiva, con gritos y ruido durante una hora, aunque no se pegó a nadie. Era mayo del 57. Tras esta manifestación recibo una carta que decía: "La Balear autoriza al Mallorca a fichar jugadores". Se reparó una injusticia que se prolongó durante tres años.

- Dicen que el Mallorca le debe mucho a Alfredo di Stéfano.

- Cuando jugó el partido contra el Mallorca, se enamoró de la isla. Vino de vacaciones en julio, y a través de un argentino, me llama y me habla de un tal Juan Carlos Lorenzo, y que podía combinar las funciones de entrenador y jugador porque tenía 33 años. Me fié de Di Stéfano porque era y ha sido el mejor futbolista de la historia. Si la jugada me salía bien era la gloria; si salía mal, era la muerte. Expuse mi dinero y mi prestigio por el Real Mallorca.