Dicen quienes lo vivieron en primera persona que han sido los ocho minutos más dramáticos en la historia del Real Mallorca. Los que tuvieron que esperar los jugadores rojillos, con su partido finalizado, a que concluyera el que el Rayo Vallecano disputaba en Riazor. La historia tiene miga.

El Mallorca del alsaciano Lucien Muller llegó a la última jornada de la temporada 1982-83 dependiendo de sí mismo, algo que firmaría cualquier equipo antes de comenzar la competición. El conjunto mallorquinista sería equipo de Primera si conseguía la victoria en el Santiago Bernabéu ante un Castilla -filial del Real Madrid- en el que ya despuntaban jugadores como Chendo, Pardeza, Michel y Butragueño, este último actual director de Relaciones Externas de la entidad madridista. Sabía lo que tenía que hacer. El Murcia ya hacía varias jornadas que había logrado el ascenso y las otras dos plazas se las disputaban el Mallorca, Cádiz y Deportivo. El conjunto rojillo llegó a esta última jornada con la moral baja. Había perdido en las dos jornadas previas, ante el Hércules (1-0) y, sorprendentemente, contra el Cádiz del salvadoreño Mágico González en el Lluís Sitjar (1-2), en el partido que debía ser el del ascenso. Fue un mazazo en toda regla porque se había perdido la primera pelota de partido después de merecerlo de forma sobrada, por juego y ocasiones.

El gran día. Y llegó el día de autos. El Mallorca jugó aquel día del mes de mayo de 1983 con Mallo en la portería; Zuviría, Dacosta, Gallardo y Juanito I en defensa; López, Delgado y Riado en el centro del campo e Higuera, Nichiporuk y Barrera en la delantera. El gol del madridista Julià pesó como una losa sobre los jugadores mallorquinistas, a los que les pudo la responsabilidad del momento. La técnica de los jugadores del Castilla, que no se jugaban nada, se impuso a las ganas de los rojillos, que se vieron superados por un rival que, al menos aquel día, fue mejor. Y se llegó al final del partido con la mínima derrota mallorquinista.

Pendientes de Riazor. El partido del Bernabéu había acabado. Pero en Riazor se disputaba otro en el que el Mallorca tenía mucho en juego. La única manera de ascender, en caso de derrota en el recinto madridista, era con una victoria del Rayo Vallecano ante el Deportivo de la Coruña. El encuentro entre gallegos y vallecanos finalizó nada menos que ocho minutos después de acabar el del Bernabéu. Ocho minutos en el que se sufrió como nunca, como quedó reflejado en los rostros de los jugadores, esperando sobre el césped, y con los transistores a todo volumen, a que finalizara el duelo de Riazor. El Rayo, noveno, y como el Castilla sin aspiraciones a nada, dio la campanada y frustró el ascenso del Deportivo (1-2) y, de paso, facilitó el del Mallorca. El cuarto ascenso en la historia del club era un hecho. Para el recuerdo han quedado las imágenes del sufrimiento vivido, el abrazo entre lágrimas del exazulgrana Zuviría y Tirapu, portero suplente, y el regreso a la isla de cinco mil mallorquinistas que vivieron la final del Bernabéu. Pocas semanas después, los rayistas Izquierdo y Jiménez, protagonistas de la victoria en Riazor, ficharon por el Mallorca...