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Opinión

Isern huyó antes de las elecciones

El exalcalde no ha aclarado si votó a la lista de Fulgencio Coll el pasado domingo

La vinculación de Mateo Isern con Palma equivale a la relación de Manuel Valls con Barcelona. El fugado reincidente no descubrió la existencia de un barrio llamado Son Gotleu hasta que llevaba medio año en la alcaldía. En cambio, Fulgencio Coll acudió a la zona deprimida en su campaña militar de toma de Cort. Se reunió durante una hora larga con el activista Ginés Quiñonero, desplegaron los mapas de Estado Mayor sobre la mesa para que la barriada dejara de ser campo de Agramante y retornara a la prosperidad.

El teniente general nacido el 18 de julio trabajó más en un día que Isern durante la campaña entera. Harto de pereza, el exalcalde quiere volver a ser un palmesano más con palacete en Sant Jaume, las antípodas de son Gotleu en una ciudad que pronto necesitará muros de Donald Trump para proteger a sus privilegiados.

El primer engaño es culpa de quien lo comete. El tercero debe cargarse en el morral de quien lo sufre, así que las tres espantadas de Isern no solo demuestran su desfachatez, sino sobre todo la situación agónica del PP. Ayer no se escenificó una muerte anunciada, sino los funerales de cuerpo presente de un fallecimiento con semanas de antigüedad.

Isern huyó mucho antes de que se celebraran las elecciones, en cuanto los resultados de las generales avanzaron la recuperación del PSOE. En su enésimo adiós, la pregunta más pertinente al jefe huido de la oposición municipal plantea si el pasado domingo votó a su admirado Fulgencio Coll, para garantizarse una tercera salida expedita de la vida política.

El PP habría condenado antaño a un cobarde reiterado con el ostracismo, unido al castigo de su poderoso aparato de represión. Sin embargo, de aquel imperio solo subsisten hoy los residuos de una indignación impostada, que en realidad debe traducirse por pánico. Cunde en Palma y en Madrid, ante el riesgo de que la huida aliente una defección en serie. Los populares ya no están en condiciones de elegir candidatos, se han de conformar con restos de serie. Isern puede regresar tantas veces como se le ocurra, en cuanto decaiga su cotización en los saraos ciudadanos.

Isern aceptó una candidatura sin demasiadas perspectivas acosado por el síndrome del galán otoñal, que necesita demostrarse que todavía puede lograr una última conquista. Encarna en el teatrillo político el papel eterno de Arturo Fernández en la escena auténtica. Ni una arruga en el blazer, ni una sudoración por exceso de faena, el pesado ejercicio del levantamiento de Rolex. Y esa sonrisa.

El senador Miquel Ramis cuenta que estaba hablando con la entonces ministra de Agricultura, Isabel García Tejerina. "Apareció Mateo y me convertí en transparente para ella, solo tenía ojos para el alcalde". El carisma facilita entierros de boato, pero la mayoría en Cort requiere un esfuerzo físico. No era una misión imposible, ni los seis concejales obtenidos una cosecha tan desmedrada. Con cinco de Ciudadanos y cuatro de Vox, segundo mandato asegurado. El general Coll sería enviado en paracaídas a pacificar el Cuartel de San Fernando. Solo ha faltado una concejalía para rematar la operación.

La estirpe de los políticos por aclamación pierde a su especimen más perfeccionado. Maíllo le obligó a apearse del Congreso, al recibir información de la mafia de la Policía Local. Y su enemigo mortal Bauzá lo apartó de la reelección a Cort. El expresident se ha sometido a la cirugía estética para ponerse cara de Ciudadanos dirección Vox. En cambio, el exquisito Isern ha elegido el traje cómodo, en lugar de apuntarse a un sastre de vanguardia. Cuesta hablar mal de Mateo Isern, aunque ningún insulto se correspondería a su incalificable comportamiento. Y en el PP solo manda Gabriel Cañellas. Sí, desde los años setenta.

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