El derrumbe del bipartidismo debía propiciar la gran oportunidad del regionalismo o nacionalismo mallorquín. Marcas como El Pi (antes UM) o Més (antes PSM) han sido tradicionalmente aplastadas por PP y PSOE, que en las generales bordeaban el noventa por ciento de los sufragios. Sin embargo, el pluripartidismo ha sido igual de implacable, a la hora de frenar con eficacia a las siglas autóctonas. Los partidos de ámbito local siguen vetados en el Congreso.

Catalanes, gallegos, vascos, canarios, valencianos, andaluces o aragoneses han coronado en algún momento a fuerzas propias. Balears, jamás. Fórmulas como Podemos, Ciudadanos o ahora Vox se abren paso con soltura. Su entrada masiva asfixia a las marcas locales. Més o El Pi siguen tan lejos como de costumbre del debut en Madrid.

A la hora de justificar la hegemonía estatal en las próximas generales, los partidos mallorquines pueden recurrir al manido argumento del descuido en los sondeos estatales. Si son insuficientes para determinar la posición exacta de partidos en dobles dígitos, difícilmente acertarán con formaciones que a menudo no saben deletrear correctamente. El último barómetro del CIS no preguntaba por Més, pero se interesaba por la suerte del PDeCAT en Balears.

Ningún indicio apunta a una corrección de la anemia nacionalista en el Congreso. La fractura bipartidista atrajo a más formaciones estatales que nunca, hasta cinco en la contabilidad vigente, sin facilitar una brecha para infiltrar a los partidos mallorquines. En un dato esclarecedor, Ciudadanos fue el colista con escaño en las últimas generales de 2016. Obtuvo 67 mil sufragios en el conjunto de la comunidad, y con ellos no solo consiguió una plaza para el poco carismático Fernando Navarro, también obtuvo más votos que la suma de todos los candidatos que le seguían.

Podemos debutó en las generales de 2015 en Balears con más de cien mil votos. El dato estratosférico lo aupó a la segunda plaza, y también acumuló más sufragios que la suma de los partidos relegados a la tercera posición durante décadas. Los partidos nacionalistas se refugian en el voto diferencial, que apoyaba a PSM (UM) en las autonómicas para desplazarse a PSOE (PP) en las generales. Sin embargo, la querencia de los mallorquines por las siglas estatales desborda el voto útil.

PSM, UM, Més, El Pi o ERC han ocupado asientos con regularidad en el Parlament, la mayoría de sus líderes han asumido funciones en el Govern. Sin embargo, nunca han aprovechado esta proyección para alcanzar el mito de la defensa de los intereses mallorquines en Madrid. Para su consuelo, la agenda reciente demuestra que tampoco Génova o Ferraz son especialmente sensibles a las sucursales mallorquinas de PP y PSOE.

El nulo impacto de los partidos mallorquines obliga a replantearse las quejas habituales sobre la escasa difusión mediática de sus propuestas. Més disfruta de mayor publicidad que Ciudadanos, cualquiera que sea el método de recuento. Sin embargo, Rivera aspira el 28A a un escaño que nadie otorga a los ecosoberanistas. Simétricamente, este comportamiento del electorado es irreconciliable con las acusaciones de pancatalanismo, de adoctrinamiento o de independentismos embrionarios.

La exclusión de los partidos mallorquines también resuelve el gran dilema sobre el eco periodístico de los partidos de ultraderecha. En la formulación de la universidad de Cambridge, "¿La cobertura mediática moviliza el apoyo social a Vox, o el apoyo social a Vox moviliza la cobertura mediática?" De nuevo, la presencia de los partidos que tienen vedado el acceso al Congreso es muy superior a la atención recibida por quienes finalmente resultan favorecidos por los electores. Més o El Pi deben esclarecer el desdoblamiento de sus votantes.