Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Análisis

Indecisos que deciden

Indecisos que deciden

Uno de cada tres electores no sabe todavía lo que votará el domingo, pero eso es tanto como decir que uno de cada cuatro gallegos es vaca (según declaran, sin mentir, los censos pecuarios y de población). Las dos afirmaciones pudieran ser ciertas desde el punto de vista estadístico, lo que no quita que a la vez resulten más bien irrelevantes.

Los que aún no se han decidido son, paradójicamente, quienes decidirán el resultado de la votación y quizá también el gobierno que se forme a partir del próximo lunes. Aquí tenemos por costumbre dejarlo todo para última hora: y las elecciones no son una excepción a esta regla tan hispana.

Casi un 40% de los electores decidieron su voto durante los quince días anteriores a los comicios del pasado 20 de diciembre, detalle que avala el poderío de los que no se deciden a decidir. Al final, tanta vacilación no arrojó resultado alguno, como bien demuestra el hecho de que tengamos que repetir, seis meses después, la ceremonia laica y dominical de las urnas.

Sugieren ahora las encuestas que el gatillazo electoral va a repetirse en parecidos términos a los de entonces, aunque ni siquiera eso es seguro. Como cualquier otra ciencia basada en la adivinación, la demoscopia tiene un margen de error comparable al de los pronósticos del tiempo. Y si los meteorólogos fallan con tanta frecuencia a la hora de predecir nubes o sol, fáciles son de comprender las dificultades de quienes han de adivinar lo que piensa ese 32,4% de votantes que aún no han resuelto cual va a ser su papeleta, según el CIS.

Podría ocurrir incluso que los electores indecisos ya hayan decidido en realidad su apuesta en la urna y, más que vacilar entre uno y otro partido, le estén vacilando „es decir: tomándole el pelo„ a los encuestadores. Es natural.

Los sondeos, que no pertenecen a una ciencia exacta, se parecen bastante a los partes meteorológicos. Predicen las tendencias en la atmósfera y en la urna, auguran por donde va a caer más o menos la lluvia de votos y aciertan algunas veces, aunque tampoco resulta infrecuente que su credibilidad sea equiparable a los pronósticos de la bruja Lola.

Por agudo que sea el encuestador, parece imposible sacar algo en limpio cuando el entrevistado contesta a una pregunta con otra y, como sucede a menudo en Galicia, se muestra convencido de que la mejor palabra es la que queda por decir. Mucha gente cree que si da el voto, lo pierde; y tampoco deja de llevar razón.

De hecho, una parte de esos electores vacilantes (y en algún caso, vacilones) acabarán por no tomar decisión alguna mediante el fácil trámite de quedarse en casa o en la playa el día de la votación. Esa es, sin embargo, una forma de decidir como cualquier otra, en la medida que un alto grado de abstención favorece a unos partidos „los mayoritarios, en general„ y daña las expectativas de los demás.

Lo único seguro es que la tele va a tener la última palabra en estos pocos días que aún restan para que el habitual tercio de indecisos tome una decisión. A fin de cuentas, el voto es en España una cuestión que responde a estímulos menos racionales que anecdóticos, tales que la oratoria y/o la percha de un candidato o una frase feliz capaz de enganchar al público dudoso. Por si las dudas, el que más „y mejor„ salga en pantalla tendrá medio camino hecho hacia La Moncloa. Ahí tiene el lector una pista.

Compartir el artículo

stats