Entramos en la recta final de este déjà vu colectivo. Que los buenos modales y la caballerosidad se hagan a un lado. Ahora vale todo. Es la ley de la selva, la última oportunidad. Si tus aburridas propuestas no funcionan, no lo dudes, descalifica al rival. Dile mirándole a los ojos que es un tipo indecente, como hizo Sánchez a Rajoy en el cara a cara del 20-D. O que es una persona ruin y miserable, como le replicó Rajoy al candidato socialista en aquel mismo debate. Acusa a los líderes de Podemos de ponerse ciegos de caldereta de langosta a 160 euros el plato después de reclamar más justicia social en el mitin de Palma, cuando en realidad pagaron a escote una cuarta parte de esa cantidad por cada uno de los comensales que compartieron ágape. Intenta que cale el mensaje negativo, la descalificación, la sátira y el chiste fácil, mensajes mucho más fáciles de recordar para el receptor que las propuestas constructivas que nadie comparte en las redes sociales. Porque en esta última semana y como diría Francis Underwood, el célebre personaje de House of Cards, "sólo hay una regla, cazar o ser cazado". Utiliza esa estrategia, pero evita que se vuelva en tu contra. Si llamas "cenizos" a tus rivales, como hizo Rajoy tras el debate a cuatro, nadie se dará por enterado y el electorado más joven reforzará sus sospechas: perteneces más al siglo XIX que al XXI.
Cada partido se ve ya a sí mismo en este momento, en la recta final, como el protagonista absoluto de la campaña. Se ha despegado definitivamente de la realidad. Cree de verdad que puede lograr su objetivo y que tiene las expectativas que se marcó a su alcance, cuando las encuestas siguen subrayando que nada ha cambiado: la fragmentación del voto sigue siendo tan acusada como en el 20-D, aunque las progresiones otorgadas a las distintas formaciones hayan evolucionado. Y lo que es peor, no existe el menor intento por derribar los muros que en los últimos seis meses impidieron el entendimiento entre las fuerzas políticas.
